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Palabras finales

Aug 14


En los mensajes anteriores, he intentado que analicemos juntos, desde varios puntos de vista, el tema de la verdadera fuerza y su repercusión en nuestras vidas. En estas palabras finales me gustaría resumir al análisis de este tema trayendo de nuevo a colación sus aspectos principales.

El mundo está obsesionado con una perniciosa búsqueda de fuerza y poder. El poder y la fuerza son sinónimos de posición social y de riquezas, así como de poder para cumplir nuestros caprichos y satisfacer nuestros deseos personales. A menudo los cristianos caen bajo la influencia de estos conceptos mundanos de poder y fuerza.

La búsqueda de la verdadera fuerza en conformidad con la perspectiva bíblica debe surgir de un corazón lleno de amor hacia Dios y hacia el prójimo, de un deseo de ser fiel al Señor y de un compromiso de vivir la verdad. En lugar de ir en pos de la fuerza y el poder mundanos, debemos procurar ser verdaderamente fuertes en el reino de Dios. Es el único camino para llevar una vida victoriosa, una vida que agrade a Dios; en fin, una vida que lleve fruto en cada buena obra.

La cruz constituye la imagen más sorprendente y hermosa dentro del significado de la verdadera fuerza. Sin embargo, para los que observaban los acontecimientos (incluyendo los discípulos de Jesús), la cruz era un espectáculo lastimoso. Allí estaba el Señor Jesús crucificado, débil, indefenso, muriendo en medio de enorme dolor y agonía. Ciertamente, a los ojos del mundo, el Señor Jesús tuvo una muerte triste y penosa. Pero en realidad, la cruz constituyó la manifestación más grande de fuerza y poder verdaderos.

En la cruz, el Señor Jesús llevó nuestros pecados y el castigo que merecía la humanidad, y soportó todas las aflicciones que, sin impedimento alguno, el maligno y las fuerzas de las tinieblas pudieron causarle en aquel momento. Un sacrificio semejante exigió de Él una fuerza suprema para poder soportar el sufrimiento y la agonía indescriptibles de la cruz.

El Señor Jesucristo pudo padecer todas estas cosas gracias a Su fuerza de carácter, Su estatura moral y espiritual, Su profundo amor por la humanidad, y Su inquebrantable compromiso de cumplir la voluntad de Dios.

Él es nuestro ejemplo perfecto, y necesitamos aprender de Él. Necesitamos aprender a ser iguales a Él, y a vivir cada vez más en consonancia con la imagen y el carácter de Cristo, aprendiendo a andar como Él anduvo.

Aquellos que son verdaderamente fuertes poseen un conocimiento profundo sobre Dios, así como una relación estrecha y personal con Él. Poseen también sólidas bases en lo concerniente a las verdades reveladas a través de las Escrituras. Comprenden los propósitos de Dios a través de Cristo para la humanidad, y se identifican con el corazón divino.

Los que son verdaderamente fuertes poseen un espíritu sano y una mente renovada. Manifiestan asimismo el fruto del Espíritu. Son capaces de controlarse a sí mismos, y de someter ante la verdad sus cuerpos, sus emociones e incluso todo su ser. Viven una vida de compromiso con Dios y perseveran en el camino del verdadero discipulado, con corazones gozosos y agradecidos, por más difícil que sea esa senda.

Son personas mansas y humildes. Saben que la carne es débil y no confían en sus propias capacidades. En lugar de ello, ponen toda su confianza en el Señor y se mantienen en oración en toda situación. Aprenden a fortalecerse “en el Señor” (Efesios 6:10), a andar por fe, a caminar en Cristo, y a ser guiados y llenos de poder por el Espíritu Santo, reaccionando ante las personas y las situaciones con toda sabiduría y entendimiento espiritual.

En su diario caminar con el Señor, aprenden mucho de Él, y también llegan a aprender profundas lecciones al atravesar pruebas y dificultades junto al Señor.

Anhelan fervientemente que se manifieste la gloria de Dios, que el reino de Dios progrese, y que los corazones de hombres y mujeres se sometan a la soberanía divina. Desean de todo corazón que la voluntad de Dios y Sus propósitos se cumplan – tanto en sus propias vidas como en la de los demás.

Los que son verdaderamente fuertes constituyen valientes soldados del ejército de Dios. Se visten de la armadura de Dios y pelean la buena batalla de la fe. Poseen fuerza y resistencia espirituales, están alertas ante las artimañas y ataques del maligno, y saben distinguir, contrarrestar y vencer esos ataques. Son capaces de continuar satisfactoriamente su lucha, aun frente a oposición espiritual y crecientes dificultades.

Comprenden también que el propósito de Dios es levantar no solamente cristianos fuertes en lo individual, sino levantar también todo un cuerpo, la Iglesia, cual poderoso ejército del Señor; un cuerpo que sea eficaz para hacer progresar el reino de Dios y para liberar a los cautivos. Como miembros del cuerpo de Cristo, cumplen su parte en la expresión de la vida de éste, recibiendo vida del cuerpo y también contribuyendo al mismo. Asimismo comprenden el formidable potencial que significa una iglesia llena de vida para el contexto local, y el significado de la iglesia universal en el cumplimiento de los propósitos de Dios. Finalmente, dependen de Dios para que les guíe y les capacite para cumplir fielmente con su parte de responsabilidad.

Si realmente aspiramos a ser verdaderamente fuertes, necesitamos tener presente que no todas las manifestaciones de poder espiritual provienen de Dios. Ciertamente Dios puede, en el contexto de nuestro servicio fiel y eficaz, manifestar Su poder, y puede hacerlo de formas espectaculares. Pero el maligno también puede desplegar manifestaciones de poder espiritual. El Señor Jesús nos ha advertido que antes de Su Segunda Venida, “… se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:24).

También debemos recordar que el deseo de tener poder espiritual o de experimentarlo, no es necesariamente algo positivo. El simple hecho de experimentar poder espiritual no significa que alguien sea espiritual o verdaderamente fuerte. El Señor nos advierte también que muchos que profetizan, echan fuera demonios y hacen milagros en Su nombre, son realmente personas rebeldes, que en lugar de ser reconocidas son rechazadas por Él (Mateo 7:22–23).

Uno de esos ejemplos lo vemos en el caso de Balaam. A pesar de que profetizó de acuerdo con la revelación de Dios, no fue verdaderamente fuerte en el Señor, y ni su vida ni su carácter agradaban a Dios. El apóstol Pedro nos aconseja que no sigamos “… el camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la maldad” (II Pedro 2:15).

Cuando nos sentimos atraídos por las manifestaciones más evidentes del poder y las experiencias espirituales, nos estamos exponiendo a innecesarios peligros y engaños por parte del maligno. Podemos llegar a perjudicar nuestras vidas y caer bajo terrible esclavitud, sobre todo si nuestros motivos son impuros, si existen rasgos negativos en nuestro carácter, y si desconocemos las artimañas del maligno. Podemos llegar a pensar erróneamente que somos espirituales e importantes, aunque no lo seamos.

Dios puede hablarnos de formas claras y directas, ya sea a través de sueños o visiones, o a través de otras formas evidentes. Pero hasta donde he podido discernir, para comunicarse Dios por lo general escoge formas que no son dramáticas, y en la actualidad ha preferido comunicarse así, especialmente con las personas que tienen acceso a las Escrituras.

En comparación con las formas de comunicación más dramáticas, las menos evidentes constituyen garantías más confiables contra el engaño y la subjetividad. Una de nuestras mayores garantías son las Escrituras que Dios nos ha dado. Las Escrituras nos proporcionan una base objetiva para que lleguemos a conocer a Dios y Sus caminos. Dios desea que la Biblia nos ayude a poder conocer la verdad, a crecer en estatura moral y espiritual, y a estar equipados adecuadamente para toda buena obra. Por tanto, resulta crucial que estemos sedientos de conocer a Dios y Su verdad, y que anhelemos buscar una comprensión certera de lo que Dios desea enseñarnos a través de las Escrituras, para que luego asimilemos la verdad y vivamos en consonancia con ella.

Las formas de comunicación menos dramáticas también exigen una mayor participación y una mayor comprensión de nuestra parte. Esto puede estimular nuestra comunión con Dios, nuestro desarrollo espiritual y la renovación de nuestras mentes, asuntos que constituyen la principal preocupación de Dios en lo que respecta a nosotros.

Algunas personas se impresionan fácilmente con el aspecto externo de las cosas, con las manifestaciones dramáticas, espectaculares y aparentemente espirituales. Sin embargo, haríamos bien en recordar las palabras del Señor Jesús que aparecen en Mateo 12:39: “La generación mala y adúltera demanda señal …”

En efecto, Dios puede obrar de formas espectaculares. Pero dejemos que sea Él quien decida trabajar de la forma que Él estime conveniente. Nosotros, por nuestra parte, analicemos el tipo de enfoque principal que utilizamos en nuestras vidas, y concentrémonos en lo que realmente importa, en las cosas que verdaderamente cuentan dentro en el reino de Dios; es decir, en crecer satisfactoriamente y poder estar listos y disponibles para el Señor, para hacer Su voluntad, cualquiera que ésta sea, en nuestras vidas.

No podemos fortalecernos en el Señor de forma súbita. Este es un proceso paulatino, pues toma tiempo desarrollar la estatura moral y espiritual. El objetivo final de esta transformación es poder alcanzar la madurez en el Señor. Esta es la razón fundamental por la cual Dios nos ha puesto en este mundo y nos permite atravesar todo tipo de pruebas, “… para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1:2–4).

Para poder alcanzar la madurez espiritual, debemos responder satisfactoriamente al programa de entrenamiento que Dios ha preparado para nosotros. Las múltiples situaciones que a diario enfrentamos en la vida, tienen como objetivo que nos fortalezcamos en el Señor. Cuando consagramos nuestras vidas a Dios y somos llenos del poder del Espíritu, seremos capaces de vivir nuestras vidas de forma satisfactoria. Esto, a su vez, nos conducirá a crecer en estatura moral y espiritual, y en fuerza y resistencia espirituales. De esta manera estaremos sólidamente afianzados en la verdad, el amor y el conocimiento. En esto radica, en esencia, el verdadero significado de fortalecernos realmente en el reino de Dios.

Examinemos nuestra propia vida. ¿Qué es lo que realmente anhelamos? ¿Ansiamos tener experiencias espirituales evidentes y dramáticas que puedan darnos una sensación de espiritualidad y de poder? ¿Están esos anhelos en consonancia con las prioridades bíblicas y con los designios del corazón de Dios?

Pidamos al Espíritu de Dios que escudriñe nuestros corazones y nos muestre nuestras deficiencias. Y cuando lo haga, arrepintámonos y tomemos medidas correctivas, para que podamos crecer adecuadamente en el Señor y no seamos vulnerables ante las artimañas del maligno.

Hágase las siguientes preguntas: ¿He consagrado realmente mi vida a Dios? ¿Estoy orando de forma eficaz y sistemática? ¿Estoy dedicando tiempo suficiente a la lectura de la Biblia? ¿Estoy asimilando la verdad de Dios y permitiendo que ésta renueve mi mente? ¿Estoy creciendo en conocimiento y sabiduría verdaderos? ¿Estoy siendo sensible a lo que Dios desea enseñarme en mi vida cotidiana? ¿Estoy reaccionando correctamente al proceso de entrenamiento que Dios tiene para mí, y ante las diversas situaciones de la vida que Dios me hace atravesar? ¿Tiene el Espíritu Santo la libertad de transformar mi vida y mi carácter? ¿Estoy luchando por comprender la voluntad de Dios y las cosas que para Él son importantes en lo que respecta al cumplimiento de Sus propósitos? ¿Soy un miembro y soldado eficaz dentro del cuerpo de Cristo, alguien que contribuye con su esfuerzo al progreso del reino de Dios? ¿Estoy fortaleciéndome en el Señor y en la fuerza de Su poder?

Aprendamos a ser representantes de Dios veraces, eficaces y fieles en este mundo caído. Aprendamos a ser verdaderamente fuertes en el Señor.

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