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MENSAJE AR134
Predicado en: 12 Dec 93 ▪ Editado en: 5 Dec 01 (Revisado en Nov 11)
El reino de Dios: ¿presente o futuro? | Relación entre el reino de Dios, la persona y obra del Señor Jesús, y la Iglesia | El reino de Dios: una realidad eterna | Responsabilidades legítimas en este mundo | La importancia de estar vigilante en el mundo caído | El espíritu del mundo y su influencia negativa<1> | Consecuencias adversas del espíritu del mundo | Observaciones finales | Preguntas para el debate y la reflexión
Como hijos de Dios y discípulos de Cristo, es importante que conozcamos mejor y desarrollemos profundas convicciones en cuanto al reino de Dios para que podamos contribuir íntegra y eficazmente a la edificación de Su reino.
En este mensaje continuaremos tratando asuntos importantes del reino de Dios y apreciaremos cómo, al ser ciudadanos del cielo, podemos vivir a plenitud en este mundo caído.
Veremos que el reino de Dios tiene dimensiones presente y futura, y que están relacionadas de manera vital con el Señor Jesucristo y Su iglesia. Reflexionaremos sobre el significado eterno del reino de Dios y consideraremos cómo podemos cumplir nuestras responsabilidades legítimas en la tierra donde el espíritu del mundo todo lo invade.
Existen diferentes puntos de vista en cuanto a si el reino de Dios es del futuro o del presente. No entraremos en detalle en los diferentes puntos de vista ni en los argumentos que se han presentado. En cambio, nos concentraremos en la posición bíblica.
Algunos creyentes asocian el reino de Dios con el futuro. Sin embargo, las Escrituras enseñan que no es sólo del futuro, sino una realidad presente.
En respuesta a la pregunta de los fariseos con relación a cuándo vendría el reino de Dios, el Señor Jesús declaró: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20-21).
En Mateo 12:28, el Señor Jesús dice: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios”. Durante Su ministerio en la tierra, el Señor Jesús sí echó fuera demonios por el Espíritu de Dios, así que el reino de Dios “ha llegado” a nosotros. La venida del reino de Dios se asocia estrechamente con la vida y el ministerio del Señor Jesús, lo cual incluye echar fuera demonios y hacer milagros, los cuales dan testimonio de las realidades del reino de Dios.
Hay otros pasajes que también señalan que el reino de Dios es una realidad presente. En Juan 3:3-5, el Señor Jesús le dijo a Nicodemo que toda persona tenía que “nacer de nuevo” o “nacer del Espíritu” para entrar al reino de Dios. Las palabras del Señor Jesús indican que el reino de Dios es una realidad presente, por cuanto podemos “nacer de nuevo” y entrar en el reino de Dios durante nuestra vida en la tierra. Esto ocurre cuando creemos en el Señor Jesucristo y le recibimos en nuestro corazón (Juan 1:12-13).
Las Escrituras también enseñan que hay una dimensión futura para el reino de Dios, lo cual se manifiesta claramente cuando leemos Efesios 5:5 junto con 1 Pedro 1:3-4. Efesios 5:5 advierte que ningún inmoral ni impuro “tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” y 1 Pedro 1:3-4 nos asegura que esta herencia “incorruptible, incontaminada e inmarcesible” está “reservada en los cielos” para aquellos nacidos de nuevo para la esperanza viva.
1 Pedro 1:3-4
3 Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,
4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros.
Todos los verdaderos creyentes, nacidos de nuevo para esta esperanza viva, pueden mirar hacia el futuro, hacia la eternidad, donde mucho más está preparado para los que aman a Dios.
En Juan 14, el Señor Jesús dijo a Sus discípulos que estaría preparando para ellos lugar en la casa de Su Padre, para que ellos pudieran estar con Él en la eternidad. Además les dijo que vendría de nuevo y los recibiría a Sí mismo.
Juan 14:1-3
1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Además, vemos que hay tanto una dimensión presente como una futura en el reino de Dios. Si bien es cierto que el reino de Dios ya está aquí, la plena y maravillosa manifestación de la gloria de Cristo y de Su reino todavía está por suceder.
El reino de Dios, la persona y obra del señor Jesucristo, y la Iglesia son temas fundamentales que pertenecen al cumplimiento de los propósitos de Dios, y existe una estrecha relación entre ellas. A continuación consideraremos esta vital relación.
Mediante Su muerte en la cruz, el Señor Jesús llevó nuestros pecados y el castigo que nos correspondía. Por medio del arrepentimiento y la fe en Él, nuestros pecados son perdonados y somos reconciliados con Dios. Somos nacidos del Espíritu y entramos en el reino de Dios. Nos convertimos en hijos de Dios, unidos espiritualmente al Cristo resucitado y también bautizados en el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Y a la Iglesia Cristo delega la responsabilidad de avanzar el reino de Dios.
Pablo enseña en Colosenses 1:13 que todos los verdaderos creyentes han sido rescatados del dominio de las tinieblas, y que han sido transferidos al reino de Su amado Hijo. También nos enseña en 1 Corintios 12:13 que “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo”. En Efesios 1:22-23, nos dice que “Su cuerpo” es el cuerpo de Cristo, la Iglesia, y que Cristo es la Cabeza de la Iglesia.
Efesios 1:22-23
22 Y sometió todas las cosas bajo sus pies,y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,
23 la cual es su cuerpo,la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
Todos los verdaderos creyentes son parte de la Iglesia, la cual no es un edificio, sino un cuerpo espiritual, el cuerpo de Cristo. Si en verdad hemos nacido del Espíritu, debimos haber sido bautizados por el Espíritu dentro del cuerpo de Cristo, y debimos habernos convertido en parte de la Iglesia, de quien Cristo es la Cabeza.
El Señor Jesús procura edificar Su reino, y ha confiado a la Iglesia el inmenso privilegio y la responsabilidad de avanzar Su reino bajo Su liderazgo. Así como el Señor Jesús mismo predicó el reino de Dios durante Su ministerio terrenal, Él también da instrucciones a Sus discípulos en cuanto a que lo proclamen.
El Señor Jesús enseña a Sus discípulos a orar al Padre: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:9-10). El hecho de haberles enseñado a orar así revela el profundo interés de Su corazón por el avance del reino de Dios, y también porque el nombre de Dios sea honrado y Su voluntad sea cumplida. Él está procurando transmitir este interés primordial al corazón de Sus discípulos. Un aspecto fundamental de esta parte de la oración modelo es el crecimiento de la Iglesia tanto en número como en calidad, lo cual implica que más y más personas entren al reino de Dios, y que los que ya están en Su reino se sometan cada vez más a Él. Habrá también una manifestación creciente del poder y la gloria de Dios, así como ocurrirá la retirada de los poderes de las tinieblas. Este debe ser el anhelo y la oración sinceros del pueblo de Dios, y con lo que debemos estar comprometidos.
No obstante, ¿cómo quiere el Señor que contribuyamos al avance de Su reino? ¿Cuáles son los medios por los que desea que cumplamos este objetivo? ¿Cuáles son los principios espirituales que deberían guiarnos en nuestra contribución?
Veamos algunos pasajes en las Escrituras para entender cómo el Señor quiere que Sus discípulos avancen Su reino.
Durante Su ministerio en la tierra, el Señor Jesús envió a los doce apóstoles con la encomienda de “predicar el reino de Dios” (Lucas 9:2). De igual forma, cuando envió a los setenta, les orientó que proclamasen: “Se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Lucas 10:9).
En lo que comúnmente se conoce como “la Gran Comisión”, Él enseñó a Sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mt. 28:19-20).
Antes de Su ascensión, les dijo: “…recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
En obediencia a las instrucciones del Señor, los creyentes “que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio”. Por ejemplo, Felipe estaba en Samaria y “predicaba a Cristo” (Hechos 8:4-5). Él “anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo”, y los que creyeron, fueron bautizados (Hechos 8:12).
“Anunciar el evangelio”, “predicar a Cristo” y proclamar las buenas nuevas “del reino de Dios” se refieren a una misma cosa: a predicar las buenas noticias de lo que Dios ha hecho y provisto para nosotros en y por medio del Señor Jesucristo, lo cual incluye contribuir a que los no creyentes entren al reino de Dios.
Sin embargo, la comisión del Señor de hacer discípulos en todas las naciones no se limita sólo a ayudar a los no creyentes a entrar al reino de Dios, sino también significa enseñar a los creyentes a que guarden todo lo que Él nos ha mandado (Mt. 28:20). Este asunto es primordial porque los creyentes pueden crecer sólo si conocen las enseñanzas del Señor y las obedecen.
La esencia del mensaje que debe ser proclamado es el Señor Jesús – lo que Él ha hecho, cómo Él llevó nuestros pecados y cómo, por medio de Él, podemos entrar al reino de Dios y crecer espiritualmente. La cruz abre el camino para que todos tengamos una parte significativa en el reino de Dios. No sólo nuestros pecados son perdonados, sino también podemos tener la plenitud de la vida en Cristo. En Él tenemos el potencial para crecer hasta el más alto nivel de estatura y de desarrollo espiritual y moral, y podemos disfrutar de la más íntima comunión con Dios y los unos con los otros.
Cuando el apóstol Pablo predicó a “Cristo crucificado” y escribió: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 1:23; 2:2), estaba haciendo énfasis en la centralidad de Cristo en los propósitos de Dios. El Cristo resucitado y lo que fue logrado en la cruz son esenciales para nuestro desarrollo espiritual y moral en Su reino.
Como Cristo ha confiado a la Iglesia el avance de Su reino, es obligatorio que la vida de ella goce de sanidad. La Iglesia debe funcionar eficazmente, debe estar debidamente edificada y sometida al señorío de Cristo.
En Efesios 4:11-16, Pablo nos habla de la importancia de la unidad en el cuerpo de Cristo y de cómo la Iglesia puede ser edificada significativa y eficazmente.
Efesios 4:11-16
11 Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,
12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
14 para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,
15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,
16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
La edificación del cuerpo de Cristo tiene dos aspectos fundamentales. Uno tiene que ver con la calidad de la vida de los creyentes; el otro, con la cantidad de creyentes.
Casi siempre los creyentes piensan en “la Gran Comisión” sólo en términos de evangelismo, o sea, en añadir cifras al reino. Aunque esto es importante, es también de igual o mayor importancia que aumente la calidad en cuanto a la madurez. Pablo recalca esto cuando dice en el versículo 13: “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Los creyentes deben crecer hasta llegar a ser “perfectos”. Si somos inestables y nuestras vidas carecen de calidad espiritual, no podremos servir al Señor adecuadamente. En cambio, seremos como niños “fluctuantes”, fácilmente “llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (v. 14). Cuando la vida del creyente aumenta en calidad, ella en sí misma constituye un avance del reino de Dios. Esta además es la base para el incremento de las cifras.
El versículo 15 hace énfasis en el hecho que debemos madurar en todos los aspectos en Él. Para desarrollarnos plenamente en todo aspecto, debemos conocer íntimamente al Señor Jesucristo. Debemos habitar en Él, y Él en nosotros.
Todo miembro del cuerpo de Cristo es importante para Él, y cada uno debería funcionar adecuadamente. Pablo aborda esta verdad en 1 Corintios 12 al 14. Es por medio del funcionamiento adecuado de cada parte individual que el cuerpo “recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef. 4:16). Este crecimiento abarca tanto la calidad espiritual como el crecimiento numérico.
La vida de la Iglesia puede ser sana sólo cuando ella se somete al señorío de Cristo, cuando se sujeta a la autoridad de Dios y a Su revelación en las Escrituras, y cuando está siendo capacitada por el poder del Espíritu Santo.
Analicemos un pasaje en Efesios que muestra claramente el papel fundamental de la Iglesia en el cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Efesios 3:8-11
8 A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo,
9 y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas;
10 para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales,
11 conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor.
Los versículos 10 y 11 revelan que es conforme al propósito eterno de Dios que ha hado a conocer Su multiforme sabiduría por medio de la Iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales.
Podemos ver a partir de estos versículos que la Iglesia desempeña un papel fundamental en el cumplimiento del propósito eterno de Dios. Sin embargo, la sabiduría de Dios en sus múltiples facetas se manifestará sólo cuando la vida de la Iglesia es edificada de la manera que el Señor desea.
Además, el versículo 11 revela que el eterno propósito de Dios se cumple en el Señor Jesús. Es llevado a cabo mediante Su muerte, resurrección, ascensión y mediante el derramamiento del Espíritu Santo, y es cumplido en el cuerpo de Cristo bajo Su señorío. Por lo tanto, es vital que la vida de la Iglesia esté sana.
El Señor Jesús dice: “Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). El Señor Jesús mismo edificará Su Iglesia, la cual constituye el cuerpo espiritual de los creyentes que tienen a Cristo como Cabeza. Él lo hará por medio de Su pueblo, y los capacitará. No los va a dejar que luchen solos. La Iglesia tiene un papel protagónico que desempeñar en el avance del reino de Dios, y Él garantiza que ella jamás será destruida.
A medida que procuramos servir al Señor, nuestra máxima meta debe ser la edificación de la iglesia del Señor Jesucristo y el avance del reino de Dios, no el de un grupo u organización en particular. No debemos albergar ninguna ambición personal, no debemos favorecer nuestros intereses individuales ni los de ninguna otra persona, ni hacer nada que vaya en contra de la meta máxima.
El Señor Jesús proclamó y enseñó sobre el reino de Dios mientras estuvo en la tierra y, desde entonces, ha estado edificándolo. Y la edificación del reino de Dios culminará con la entrega del reino a Dios el Padre. El apóstol Pablo lo revela en 1 Corintios 15:24-28, donde habla de las cosas que sucederán después que el Señor Jesús venga de nuevo:
1 Corintios 15:24-28
24 Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.
25 Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.
26 Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.
27 Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas.
28 Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.
Es fundamental que reconozcamos que el reino de Dios es espiritual. Es el reino de Dios. Por lo tanto, no se le puede servir ni puede ser avanzado mediante la sabiduría terrenal, la energía carnal ni los talentos naturales.
El apóstol Pablo fue una persona talentosa, instruida y capaz, pero no se valió de sus habilidades naturales para avanzar el reino de Dios. Él testificó a la Iglesia en Corinto que no recurrió a la sabiduría humana ni a la persuasión en su ministerio. En cambio, sirvió mediante la capacitación del Espíritu Santo; su ministerio se centró en el Señor Jesucristo y en lo que Él logró en la cruz.
1 Corintios 2:1-5
1 Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.
2 Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.
3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor;
4 y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
5 para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Puede que por naturaleza seamos muy talentosos y capaces, pero estos talentos y habilidades naturales en sí mismas no pueden contribuir al reino de Dios. Puede que haya resultados aparentes, pero jamás habrá un verdadero avance espiritual. Todo lo que sea natural, de la carne y del mundo no puede contribuir al reino espiritual de Dios; por el contrario, entorpecerá su avance y provocará toda clase de complicaciones. El reino espiritual de Dios sólo puede ser avanzado por medios espirituales, conforme a la dirección y a la manera de Dios, y en el poder del Espíritu Santo. Esto quedó bien claro cuando el Señor Jesús mandó a Sus discípulos a que esperasen en Jerusalén hasta que viniese sobre ellos el Espíritu Santo (Lucas 24:49). Por lo tanto, debemos tener mucho cuidado al tratar de servir a Dios.
En el servicio cristiano con frecuencia existe una mezcla: un cierto grado de amor por el Señor y de dependencia de Él y, a la misma vez, está presente la motivación carnal, como la exaltación del “yo” y el orgullo, y la dependencia de la sabiduría natural y de la manera del mundo. Hagamos morir definitivamente, con la ayuda del Señor, las maneras de actuar conforme a la carne, y aprendamos más y más a adorar y a servir a Dios con toda pureza de corazón y en total dependencia a Él.
Ahora reflexionaremos acerca del significado eterno del reino de Dios, así como de sus implicaciones.
El reino de Dios es incorpóreo; no es del mundo físico ni material, sino del ámbito espiritual. Es invisible; no podemos verlo con nuestros ojos. Es intangible; no podemos tocarlo.
Como seres humanos, tenemos la tendencia a tener mayor consciencia de lo que podemos ver, tocar, probar, oír u oler. Con facilidad somos sugestionados por nuestros sentidos físicos y a menudo nos preocupamos por ellos. No obstante, el reino de Dios no tiene esas características que nuestros cinco sentidos físicos pueden detectar. Aún así, existe, y es una realidad eterna.
Es como muchas cosas importantes en la vida que no podemos tocar ni ver, pero que a pesar de eso son muy reales, por ejemplo, el amor y la calidad de las relaciones. El carácter también es un aspecto extremadamente importante de la vida que no podemos tocar ni ver en el nivel físico.
El reino de Dios no sólo es real, sino que permanecerá y es lo que realmente importa. En cambio, todo lo que es de este mundo caído y que no es de Dios será destruido. 2 Pedro 3:10-13 declara que la tierra y sus obras serán quemadas.
Esta es una verdad fundamental que constantemente debemos tener en mente: Sólo lo que es del reino de Dios permanecerá en la era venidera y hasta la eternidad.
Mientras vivamos en la tierra, debemos reflexionar constantemente en las verdades y las implicaciones del pasaje que se encuentra en Hebreos 12:22-29.
Hebreos 12:22-29
22 Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles,
23 a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos,
24 a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.
25 Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.
26 La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo.
27 Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles.
28 Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
29 porque nuestro Dios es fuego consumidor.
El “Monte de Sión” del versículo 22 no se refiere el Monte de Sión físico que existe en Israel. El escritor se está refiriendo al reino espiritual de Dios. En los versículos 22 y 23, dice que los creyentes se han acercado al Monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios. El escritor en efecto está diciendo: “Os habéis acercado al reino de Dios”.
“Os habéis acercado” puede ser traducido como “habéis venido” o “habéis llegado”. ¿Acaso nos habremos sólo acercado al “Monte de Sión” porque aún está en el futuro, o realmente habremos llegado al “Monte de Sión”, a una realidad presente? Es significativo el hecho de incorporar ambos aspectos aquí, por cuanto ambos son relevantes. Ya hemos visto anteriormente que el reino de Dios es una realidad presente; no sólo nos hemos acercado, sino hemos llegado o entrado a él. Además, tiene una dimensión futura que podemos esperar.
Los versículos 26 y 27 son claros en cuanto a que, si bien todas las demás cosas creadas serán removidas o perecerán, lo que es del reino de Dios permanecerá para siempre. Aquí el escritor de Hebreos declara que el Señor “conmoverá no solamente la tierra, sino también el cielo” (v. 26), y que aquellas cosas movibles serán removidas, mientras que las inconmovibles permanecerán (v. 27).
El versículo 28 asegura que recibimos “un reino inconmovible”. Si nacemos del Espíritu, tenemos parte en este reino inconmovible, eterno.
Mientras nos alienta con esta verdad, el escritor de Hebreos además nos exhorta a mostrar gratitud y a que “sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor” (vs. 28-29).
Por lo tanto, sirvamos de manera aceptable al Dios santo, contribuyendo verdaderamente al inconmovible, imperecedero reino de Dios. Los que es de la carne no prevalecerá ni tampoco contribuirá al eterno reino de Dios.
Así como el reino de Dios es una realidad eterna, los hijos de Dios deben concentrarse en Su reino y en las cosas de Su reino, en vez de en las cosas de este mundo.
La actitud de “venga Tu reino” expresada en la oración modelo que enseña el Señor Jesús debe ser la pasión que encienda nuestros corazones durante nuestra existencia en la tierra.
Es de gran ayuda para nosotros examinarnos constantemente para ver si nuestra vida se corresponde con esta actitud. Como estamos viviendo en un mundo caído, es fácil desviarnos de tal postura, ser absorbidos por las cosas visibles y temporales del mundo, y que éstas nos enreden.
En 1 Corintios 7, el apóstol Pablo expresa de forma bella la actitud con la que debemos vivir en esta tierra. Vamos a concentrarnos en los versículos 29-31.
1 Corintios 7:29-31
29 Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen;
30 y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen;
31 y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa.
Cuando el apóstol Pablo dice: “los que tienen esposa, sean como si no la tuviesen” (v. 29), no nos está animando a negar nuestras responsabilidades en el matrimonio ni a ignorar a nuestras esposas. Por el contrario, está refiriéndose a la importancia de que “sin impedimento os acerquéis al Señor” (v. 35). Se refiere a diferentes aspectos que pueden convertirse en una distracción. Un ejemplo de ello es el matrimonio donde el esposo o la esposa puedan llegar a estar demasiado preocupados tratando de agradar a su cónyuge.
Así mismo, al referirse a llorar, regocijarse y comprar, no está diciendo que no haya lugar para tales emociones y actividades, sino está recalcando la importancia de vivir con esta actitud: “los que compran, [lo hagan] como si no poseyesen;y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen” (vs. 30-31).
Al vivir en este mundo, inevitablemente hay ciertas cosas en las que necesitamos involucrarnos. Por ejemplo, existe un lugar apropiado para comprar cosas en este mundo y para usarlas, pero no debemos ser absorbidos por la cuestión de las posesiones. Esto es lo que significan las palabras de Pablo: “los que compran, como si no poseyesen” (v. 30).
Del mismo modo, cuando Pablo dice: “los que disfrutan de este mundo, [deben actuar] como si no lo disfrutasen”, él no está diciendo que no debemos disfrutar de las cosas que poseemos. Lo que está diciendo es que no deberíamos estar preocupados con las cosas materiales, nuestras posesiones terrenales ni con el ámbito visible y temporal, y como consecuencia de estarlo, dejar de mantener la actitud sana de estar concentrados en el reino de Dios.
Todo lo que hagamos en este mundo debe ser hecho desde la perspectiva del reino de Dios y de su avance. Esto incluye nuestro enfoque en la vida, nuestra participación en los afanes de ésta y nuestro uso de las cosas de este mundo.
¿Somos capaces de mantener la libertad espiritual para concentrarnos en nuestro andar con Dios, ser sensibles y estar sometidos a lo que Él demanda de nosotros, aun cuando estamos involucrados en diferentes actividades y responsabilidades legítimas en este mundo?
En el versículo 35, Pablo explica sus intenciones dándonos diferentes exhortaciones. Él escribe: “Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os acerquéis al Señor”.
Su intención no es privarnos ni restringirnos, sino que es para nuestro bien, para promover lo correcto, lo bueno y lo apropiado, lo que agrada al Señor. Él quiere ayudarnos a vivir sin distracciones y a estar plenamente consagrados a Él, a que nos aseguremos de estar concentrados en Dios y en Su reino, porque Dios y Su reino son lo que verdaderamente importa. Si entendemos esto, deberíamos apreciar que aunque la senda del verdadero discipulado a veces parece estar llena de privaciones, en realidad no lo está. Desde la perspectiva del reino de Dios, desde la eterna, es una vida de verdadera abundancia, fruto y realización.
El apóstol Juan nos dirige hacia la verdadera perspectiva de la vida en 1 Juan 2:17: “El mundo está pasando, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (RVA). Además, nos advierte que no debemos amar al mundo (v. 15). En el versículo 16, dice: “Porque todo lo que hay en el mundo - los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la soberbia de la vida- no proviene del Padre sino del mundo” (RVA). De estas cosas son de las que no debemos fiarnos y de las que debemos mantenernos alejados. En cambio, tenemos que dirigir nuestra atención a hacer la voluntad del Padre, porque los que así lo hagan, permanecerán para siempre.
Este principio de tener la perspectiva correcta en la vida debe ser una constante en nuestro ser y dominar nuestros pensamientos para que podamos vivir permanentemente de manera que “venga Su reino”. Necesitamos fomentar este estilo de vida para que cada vez gane más en profundidad, calidad, pureza, significado y coherencia. Puede que al oír esta verdad por primera vez, quedemos cautivados por ella, pero a medida que avanzamos en la vida, podemos perderla de vista. Es muy fácil en medio del ajetreo del diario vivir dejar de mantener esta perspectiva y este enfoque.
¿Cuánto significa para nosotros el reino de Dios? ¿Es tan valioso para nosotros como la perla de gran precio lo era para el mercader, o como el tesoro del campo para el que lo halló, de manera que vendió todo lo que poseía con tal de comprarlo (Mt. 13: 44-46)? Este es el tipo de actitud que el Señor quiere que tengamos. Su reino debe ser lo único importante para nosotros.
Aunque tenemos que concentrarnos en el reino de Dios y no distraernos ni ser absorbidos por las cosas de este mundo, debemos también reconocer que estamos viviendo en este mundo, en este tiempo presente; todavía no estamos en el cielo. Por lo tanto, es importante que tengamos un entendimiento íntegro de cómo debemos vivir en el reino de Dios y a la vez en el mundo caído.
Cuando los creyentes leen Gálatas 1:4 que el Señor Jesús “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre”, algunos pueden preguntarse si Dios desea que abandonemos el presente siglo por cuanto es malo, pero esta no es la enseñanza de las Escrituras y no es lo que Pablo está comunicando aquí. Más bien, Pablo está enseñando la verdad que la muerte del Señor Jesucristo en la cruz no sólo provee el camino hacia el perdón de nuestros pecados, sino que también nos libera y nos posibilita llevar una vida libre de pecado. A pesar de que antes estábamos viviendo en pecado y bajo el yugo del maligno, no tenemos que seguir sujetos al pecado ni permanecer más esclavizados por él.
Fíjese que el apóstol Pablo dice: “para rescatarnos” (NVI), lo cual significa que no somos librados automáticamente debido a la muerte de Cristo. Se ofrece el camino hacia la libertad, podemos ser librados, pero necesitamos cooperar con el Señor.
El Señor Jesús quiere que vivamos bien para Él en este presente siglo malo, lo cual se hace evidente en Su oración al Dios Padre que se registra en Juan 17:
Juan 17:15-18
15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.
18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.
Vemos que no es la intención del Señor que seamos quitados del mundo. Él dijo deliberadamente que nos ha enviado al mundo. Debemos vivir en este mundo, pero no de la misma manera que la gente del mundo.
En el versículo 16 el Señor dice: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. Aunque el Señor Jesús vivió en este mundo, no era de él. De igual forma, como hijos de Dios, tampoco somos del mundo. Por eso es que no podemos identificarnos con el espíritu ni con las tendencias del mundo.
Pero, ¿cómo podemos estar en este mundo sin vivir como la gente de él? El Señor Jesús da la respuesta en el versículo 17: le pide al Padre que nos santifique en Su verdad; Su Palabra es verdad. Ser santificado en la verdad significa conocer y andar en ella, conforme a la dirección de Dios y Su revelación en las Escrituras. Necesitamos ser santificados en la verdad para que podamos vivir en victoria. Aunque no sea fácil, tenemos la seguridad de la ayuda de Dios. El Señor Jesús ha pedido al Padre que nos guarde de la destructiva influencia del maligno (v. 15).
Habiendo entrado al reino de Dios, somos ciudadanos del cielo (Fil. 3:20), pero todavía estamos viviendo en la tierra. Tenemos que estar conscientes de estos dos aspectos: somos ciudadanos del cielo, pero también vivimos durante un breve período de tiempo en la tierra, con un propósito y una misión. Tenemos una visión celestial, un propósito y una misión espirituales, pero además tenemos responsabilidades terrenales con que cumplir, y la forma en que vivamos en la tierra y cumplamos nuestras responsabilidades terrenales debe estar basada en los valores, la perspectiva, el enfoque y las prioridades del reino de Dios.
El Señor Jesús nos dice en Mateo 5:13-16 que somos “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”. ¿Cómo podemos cumplir con nuestro llamado? Lo podemos hacer conduciéndonos adecuada y responsablemente en el hogar, en el trabajo y en la sociedad, y a la misma vez manteniendo los valores y la perspectiva que corresponden a los que pertenecen al reino de Dios. Cuando vivimos así, podremos testificar con eficacia, con nuestras vidas y con nuestras palabras, de la verdad y del reino de Dios.
No deberíamos vivir como los que son del mundo, como si sólo importase este mundo y lo visible. Como hijos de Dios, debemos vivir de forma diferente – con una visión celestial. Este tipo de vida da testimonio a las personas del mundo que las cosas en las que están siendo tan absorbidos, en realidad no son importantes y que, de hecho, pueden ser dañinas.
Así es como el apóstol Pablo nos anima a vivir en Filipenses 2:15 – demostrando ser “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”. Aunque no sea fácil, deberíamos procurar vivir así, brillando como luminares en este oscuro y caído mundo, dando testimonio de la verdad.
Puede resultar difícil saber dónde hay que trazar la línea entre lo que es legítimo y apropiado, y lo que es indeseable. Por ejemplo, en el contexto del trabajo, existe un espacio apropiado para elevar la categoría de nuestras habilidades, mejorar muestras capacidades e incrementar la eficiencia en nuestro desempeño. También existe un espacio apropiado para la promoción y el avance de nuestras profesiones. Así que, ¿en qué momento todo esto se vuelve mundano y no le corresponde al creyente? ¿Cómo distinguimos entre estar cumpliendo bien nuestras responsabilidades y ser mundano?
Estamos sometidos a muchas influencias mundanas en nuestro centro de trabajo, y lo que es ‘mundano’ puede colarse muy fácilmente en nuestras vidas y moldear nuestras actitudes, así como influir en nuestra motivación. En muchos casos, nuestras aspiraciones iniciales en cuanto a desempeñarnos con responsabilidad en nuestro trabajo y a ser un buen testimonio para el Señor pueden contaminarse con un deseo dañino de alcanzar el reconocimiento, el estatus y el éxito del mundo. Podemos llegar a considerar como algo normal y responsable el hecho de ser absorbidos por nuestro trabajo y profesión, cuando en realidad nuestra motivación ha sido manchada por las ambiciones y los estándares del mundo.
El asunto decisivo tiene que ver con las realidades que hay en nuestro corazón. ¿Están nuestra mente y corazón enfocados en Dios y en Su reino, o nos hemos distraído? ¿Está nuestro corazón siendo atraído por las cosas del mundo? ¿Estamos siendo atraídos al mundo? No es fácil mantener la postura correcta en cuanto a la pureza del corazón mientras estamos en esta tierra. Por lo tanto, es de gran ayuda para nosotros reflexionar sobre cómo podemos vivir en este mundo caído y, aun así, no ser influenciados negativamente por el mundo.
A medida que procuramos vivir como hijos de Dios en esta tierra, tenemos que evitar dos extremos. Uno de ellos es la preocupación por los afanes de esta vida; el otro es vivir como si sólo estuviésemos en el reino de Dios.
Algunos cristianos están demasiado inmersos en los afanes de esta vida. Ellos están preocupados por tener éxito profesional, prosperidad en los negocios, por proveer comodidad material para sí mismos y para sus familias, y por mantenerse a la altura de sus vecinos. En la búsqueda de todas estas cosas, niegan su fe y descuidan su relación con el Señor. Viven como si la vida en la tierra fuese lo único que les importase; prestan muy poca atención a los asuntos de la eternidad.
En 2 Timoteo 2:4, el apóstol Pablo declara: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado”. En este contexto, el Apóstol nos advierte que no debemos enredarnos, ser absorbidos ni preocuparnos por los negocios de esta vida de manera que esto nos haga dejar de vivir consecuentemente con nuestra ciudadanía celestial. En lugar de agradar al Señor que nos ha llamado a Su reino, desarrollamos una “amistad con el mundo”, como le llama el apóstol Santiago (4:4). En lugar de ser sal y luz influenciando el mundo con valores positivos, estamos siendo influenciados por los valores y la perspectiva del mundo.
En el otro extremo están los cristianos que viven como si sólo estuviesen en el reino de Dios. Son descuidados en cuanto a sus responsabilidades terrenales. Muestran falta de motivación e interés en el trabajo. Niegan las relaciones familiares, su bienestar físico, así como el de sus seres queridos. Dedican todo su tiempo y energía a las “actividades cristianas”, pensando que, como ciudadanos del cielo, así es como agradarán a Dios.
Pero todavía no estamos en el cielo ni debemos vivir como si estuviésemos. Todavía vivimos en este mundo caído. Necesitamos comer, dormir, cuidar nuestra salud y también aprender a entender e interactuar con personas de diversos contextos. No debemos negar nuestras responsabilidades terrenales legítimas, entre las que se encuentran proveer para la familia y cumplir con nuestros deberes en el centro de trabajo.
Hay cosas en las que nos metemos mientras estamos en este mundo que no son necesarias si ya estamos en el cielo. Por ejemplo, debemos tener cierto conocimiento de lo que está pasando en el mundo para que podamos ser más eficaces sirviendo a Dios y cumpliendo nuestras responsabilidades terrenales. Sin embargo, qué conocimiento debemos adquirir y cuánto es algo que varía para cada persona. Lo que es apropiado para alguien no necesariamente es útil para otra persona. Si tratamos de entender muchas cosas o aquellas que no son apropiadas para nosotros, puede que no sólo malgastemos nuestro tiempo, sino que nos distraigamos, y puede que nuestra fe sea afectada severamente.
Esto también es aplicable a otros aspectos tales como adquirir habilidades y desarrollar nuestras capacidades y talentos. Qué y cuánto es apropiado para nosotros depende del llamado de Dios para nuestras vidas, de nuestras responsabilidades en el reino de Dios, de nuestras responsabilidades en la sociedad, de la naturaleza de nuestra labor, de lo que podemos sobrellevar y de lo que puede ser útil. También depende de nuestro nivel de desarrollo. En esencia, debemos considerar en oración cuál es la voluntad de Dios para nosotros.
Por lo tanto, aunque seamos ciudadanos del cielo, todavía necesitamos vivir responsablemente en este mundo, ejerciendo una sabia mayordomía del tiempo, las energías y los recursos que el Señor nos ha confiado. Y también necesitamos hacerlo con una profunda consciencia de las dimensiones espiritual y eterna, en concordancia con los valores y prioridades bíblicos. Esta visión celestial nunca debe atenuarse, por cuanto nuestra fe entonces se debilitaría, lenta pero seguramente, y comenzaremos a pensar y a actuar más y más como la gente el mundo.
La vida de Daniel es una buena ilustración de cómo uno puede mantener un equilibrio saludable entre vivir de manera responsable y vivir plenamente para el Señor. En su juventud, Daniel fue llevado al exilio en Babilonia, la cual era una tierra pagana, pero él estaba decidido a ser fiel al Señor y a no contaminarse (Dn. 1:8). Aunque entró al servicio personal del rey y por consiguiente alcanzó un alto rango, no permitió que la gloria del mundo ni los valores de una tierra pagana separaran su corazón de Dios. Sus enemigos no pudieron encontrar ningún motivo para acusarlo porque él “era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él” (Dn. 6:1-4). A pesar del peso de las responsabilidades terrenales con las que tenía que cumplir, y de las fuertes e imperantes influencias mundanas a las que estaba sujeto, Daniel se mantuvo fiel en su caminar con Dios y mantuvo puro su corazón. Dios estaba con él y lo estimaba mucho (Dn. 10:11, 19). Su vida de fidelidad a Dios fue un poderoso testimonio para aquella nación pagana.
Con sus múltiples tentaciones, las atracciones de este mundo caído de hecho pueden ser muy fuertes. Lo que es del mundo puede atraparnos hasta el punto que lo consideremos irresistible. Muchos de los que se dan al cigarro, al alcohol, a las drogas o al juego pronto se encuentran en la adicción. Aun cuando se dan cuenta de sus dañinas consecuencias y quieren abstenerse de estas cosas, puede que se sientan demasiado débiles para hacerlo. De igual forma, podemos volvernos adictos a alcanzar riquezas materiales, reconocimiento y aprobación de los hombres, así como a diferentes tipos de placeres terrenales. Hasta ver programas de televisión y videos, así como jugar en la computadora y navegar en Internet pueden convertirse en adicciones.
Veamos algunos versículos que tienen que ver con este tema.
Tito 2:11-12
11 Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
12 enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.
El versículo 12 nos advierte acerca de la impiedad y de los deseos del mundo, y los compara con la manera sobria, justa y piadosa. Dios nos ha salvado, y espera que neguemos los deseos mundanos y que vivamos de forma justa en este presente siglo. Esta es una implicación importante de haber sido salvos.
El apóstol Santiago nos explica que ayudar a los afligidos es un ejemplo de las cosas valiosas en las que Dios quiere que participemos mientras estamos en la tierra. No obstante, en todo lo que participemos debemos tener el cuidado de mantenernos sin mancha del mundo.
Santiago 1:27
La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
Guardarnos sin mancha del mundo es un importante principio para vivir, debido a las diversas tentaciones y trampas que hay en este mundo. Detrás de todas estas está operando el maligno, procurando seducirnos, tentarnos y tendernos lazo.
Como hemos visto en 2 Timoteo 2:4, Pablo nos dice que somos soldados del Señor, y que Él es el que nos ha reclutado. Realmente existe un lugar para ocuparse de los negocios de la vida cotidiana, pero en la medida en que lo hagamos, debemos tener cuidado de no enredarnos en ellos. Mantengamos nuestro enfoque en Dios y en Su reino.
Ahora deseo recalcar un importante aspecto de la verdad al cual debemos prestar atención mientras vivamos en este mundo caído – la presencia del espíritu del mundo y sus efectos adversos en nosotros.
Dios nos ha dado Su Espíritu Santo para guiarnos, darnos poder y ayudarnos en las cosas de Dios, y para ejercer influencia en nosotros hacia una dirección positiva; pero también está la presencia de una dimensión espiritual negativa en el mundo caído que nos lleva en dirección opuesta, contraria a los caminos de Dios. Utilizo la expresión “el espíritu del mundo” para referirme a esta presencia espiritual negativa, la cual se manifiesta prácticamente en todos los aspectos de la vida y ejerce una influencia destructiva en nuestro espíritu, disminuyendo nuestro apetito espiritual y distorsionando tanto nuestros valores como nuestra perspectiva. Entender su dominante presencia y su poderosa influencia puede ayudarnos a estar más alertas para con él y a saber cómo podemos vencer su influencia negativa.
Puede estar presente en el ambiente del trabajo, por ejemplo, en el espíritu y la actitud con los cuales la gente trabaja, en la forma que logran sus ambiciones y luchan por ser promovidos, en la forma en que se proyectan y en la “política de oficina”. También está presente en el mundo de los negocios, de la política, del arte, la literatura, la música, el cine y la moda, así como en las relaciones humanas, ¡y hasta en el deporte y el juego!
Sin embargo, no todo lo que acontece en estas esferas es negativo. El hombre es creado a la imagen de Dios y, aunque caído, todavía tiene consciencia en él. Además, el Espíritu de Dios procura animar al hombre a hacer lo correcto y a abstenerse del mal, y el hombre todavía es capaz, con la ayuda de Dios, de responderle positivamente.
Esta realidad que estoy tratando de comunicar es compleja. Se ha desarrollado a través de los años y puede ser atribuida a diferentes factores:
Tanto la presencia de los espíritus malignos que operan como el espíritu negativo del hombre contribuyen a la dimensión espiritual negativa del mundo caído. Ésta proyecta una influencia espiritual y moral negativa, y además promueve la asimilación de valores y perspectivas contrarios al reino de Dios. Es un espíritu diametralmente opuesto al espíritu del reino de Dios. Podemos denominar como “mundana” la dirección de su influencia, así como los valores y las perspectivas que promueve.
El apóstol Pablo nos dice que cuando el hombre anda conforme a los caminos del mundo caído (la corriente de este mundo), de hecho lo está haciendo de acuerdo con la voluntad del maligno (conforme al príncipe de la potestad del aire). Esto significa sucumbir al espíritu que opera en su corazón, lo cual resulta en vivir carnal y pecaminosamente, en contraposición a los caminos del reino de Dios y la voluntad de Dios.
Efesios 2:1-3
1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,
2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,
3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
El espíritu del mundo es muy dominante, por cuanto “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). El espíritu del mundo se puede manifestar de maneras obvias y flagrantes: el materialismo, la obsesión de hacer dinero, los manejos inescrupulosos con el fin de obtener ganancias egoístas, la corrupción, la inmoralidad sexual, la crueldad, la arrogancia y la absoluta despreocupación por el bienestar y los sentimientos de los demás. También se manifiesta en los conceptos que tiene el mundo con respecto al éxito, los cuales tienen como principales características una intensa preocupación por la riqueza material, las posesiones, el estatus y los placeres mundanos. A menudo vemos estos rasgos negativos reflejados prominentemente en los medios de difusión masiva y en la literatura de toda cultura, así como en la historia de todas las civilizaciones. Leemos de conflictos, luchas, intrigas y de comportamientos inescrupulosos debido a la avaricia y a la satisfacción de deseos egoístas de alcanzar riqueza material, estatus social, poder y reconocimiento. Con frecuencia el placer mundano y la inmoralidad sexual también se encuentran en la lista.
El espíritu del mundo puede también manifestarse en formas menos evidentes o menos visibles. Podemos entonces dejar de percatarnos de los peligros de participar en estas cosas, por pensar que son normales y aceptables. Consideremos ahora brevemente algunas de estas esferas.
Muchos cristianos no están conscientes de que el espíritu del mundo puede ser manifestado y comunicado por medio del canto y de la música, y puede influir negativamente, a veces hasta de forma severa. Esto puede tener lugar mediante el espíritu mundano del compositor, del cantante y del músico. El espíritu del mundo puede influir en el contenido y en espíritu de una canción, en la letra, en la forma que la canción es interpretada y en cómo es tocada.
Hay tipos de música, como el rock moderno, que son crudos y discordantes, y pueden tener serios efectos negativos en nosotros, pero también hay canciones que parecen ser inofensivas que también pueden afectarnos grandemente si el espíritu del cantante, o el modo en que la canta, es negativo.
El espíritu del mundo influye grandemente en la ropa y la moda. Muchas personas se visten con extravagancia o indecencia para “lucirse” o para llamar la atención.
Hay un lugar para la belleza, pero debemos tener cuidado con la vanidad y de no dedicar demasiado tiempo, energías ni dinero en estas cosas temporales.
A menudo lo que aparece en periódicos, libros, revistas y películas, en programas de televisión y en sitios de Internet puede tener contenido negativo o perverso, lo cual puede ejercer influencia en nosotros, afectar nuestro espíritu y movernos hacia la dirección negativa. Aunque puede resultar útil conocer en parte lo que está ocurriendo en el mundo, y aunque debemos exponernos hasta cierto punto a los medios de difusión masiva y a la lectura de libros, debemos evaluar en una actitud de oración lo que es verdaderamente útil y necesario en nuestro contexto.
Las consecuencias del espíritu del mundo para una persona pueden ser obvias y casi inmediatas, o pueden ser insidiosas y graduales. En ocasiones las menos evidentes son las más peligrosas. Su influencia destructiva puede incrementarse encubiertamente, y antes de darnos cuenta, podemos estar tan atados, que se hace haga difícil zafarnos de ella. Consideremos algunos de los efectos negativos que podemos experimentar si caemos bajo su influencia.
Bajo la influencia del espíritu del mundo, nuestros valores y nuestra perspectiva de vida van a afectarse cada vez más y van a corresponderse cada vez menos con los del reino de Dios.
Puede que en cierto tiempo el reino de Dios y los asuntos eternos puedan haber sido una realidad y algo preciado para nosotros, pero ahora, nuestras convicciones acerca de ellos comienzan a desvanecerse, y estos preciosos asuntos se vuelven opacos, distantes e irreales. Gradualmente se van colando en nuestra vida los valores, la perspectiva y los caminos del mundo. Comenzamos entonces a transigir en valores importantes con respecto a los cuales una vez estuvimos firmes.
Mientras que algunos cristianos en semejante situación pueden percatarse de que algo les está faltando, otros puede que ni siquiera sepan que se están desviando del camino correcto en tanto sus espíritus ya no pueden discernir como antes, y puede que consideren aceptable y en progreso su modo de vida. Sin embargo, están engañados y se encuentran en un estado precario.
Esto puede tener lugar en diferentes aspectos de nuestra vida. Paulatinamente vamos perdiendo nuestro apetito espiritual y nuestra hambre por las cosas de Dios. El deseo de leer las Escrituras comienza a menguar. Si aún lo hacemos, nos resulta menos refrescante, menos enriquecedor o hasta insípido.
Nuestro tiempo de oración también se verá afectado severamente. Tenemos pocos deseos de orar. Nuestra adoración personal a Dios pierde su frescura y se vuelve mecánica, y somos menos receptivos a los que Dios nos quiere decir.
Nuestra comunión con Dios, en vez de ganar en calidad, pierde su vitalidad. Se nos hace difícil mantener una actitud de oración y la percepción de Su presencia en nuestra vida cotidiana. Dios y Sus caminos comienzan a estar menos y menos en nuestra consideración de las cosas.
Cuando estamos creciendo bien, tendremos un sentido de conciencia de Dios que es parte de nosotros, como el acto de respirar, pero cuando el espíritu del mundo comienza a afectarnos, este sentido de consciencia de Dios puede disminuir sustancialmente, y nos va a costar mucho recuperarlo.
También se afectará nuestro servicio en la vida de la iglesia. Nuestra receptividad, nuestra actitud y nuestro apetito espiritual durante la adoración corporativa, los servicios de oración o de confraternidad con otros creyentes ya no serán los mismos. Al tener menos deseos de adorar a Dios y de confraternizar con otros cristianos, nos encontramos aislándonos de la comunidad de creyentes y de la vida de la iglesia. Nuestra actitud hacia nuestros hermanos puede también cambiar. Mientras que en el pasado apreciábamos su vida y su amistad, ahora nos volvemos a la crítica, encontrando faltas en ellos y hasta tildándolos de hipócritas.
El espíritu del mundo puede disminuir nuestra fortaleza espiritual, dañar nuestra estabilidad y debilitar nuestra determinación en cuanto a perseverar en la fe.
Aun cuando podemos reconocer lo que es correcto, ahora somos incapaces de vivir por ello como antes lo hacíamos. Como una vasija a la que se le abre un orificio y comienza a filtrarse, encontramos que nuestra fortaleza espiritual se va filtrando. Somos menos capaces de pelear la batalla de la fe y de llevar una vida victoriosa. Por el contrario, somos cada vez más y más vulnerables a las artimañas del maligno.
Por ejemplo, puede que seamos atraídos poco a poco a cierto tipo de música, a canciones o a conversaciones que no nos favorecen. Las conversaciones de oficina sobre la moda, las ambiciones terrenales, la riqueza y las posesiones materiales hacia las que en un tiempo no teníamos inclinación, ahora nos atraen, moldeando nuestras ambiciones, nuestra actitud y nuestra perspectiva para peor.
Cuando el espíritu del mundo nos afecta, podemos volvernos cada vez más superficiales en nuestra fe y en nuestro andar con Dios. Nuestra fe tiende a ser justamente conforme a estándares externos. Seguimos la corriente en los servicios de alabanza y eventos de la iglesia. Puede que estemos en el culto de adoración, pero nuestros corazones están muy lejos. No prestamos la atención de antes. Este también puede ser el caso cuando pasamos tiempo en oración con el Señor o en la lectura de las Escrituras. Disminuye la realidad espiritual en nuestra vida y en nuestra conducta.
Cuando nos permitimos estar bajo la influencia del espíritu del mundo, en efecto, nos estamos rindiendo al maligno, quien está obrando en nuestras vidas, lo cual le abre la puerta para que actúe con mayor libertad. Al mismo tiempo, esto imposibilitará que el Señor obre en nuestras vidas, por cuanto estamos siendo menos receptivos y respondiendo cada vez menos a Él.
El maligno no sólo tendrá mayor libertad en los ámbitos en los que le hayamos permitido influenciarnos. Por cuanto somos seres orgánicos, si un aspecto de nuestro ser está siendo afectado severamente, otros aspectos también pueden volverse más vulnerables. Los efectos negativos del mundo penetrarán más y más zonas de nuestra vida, y el maligno nos atará cada vez más y más.
Como cristianos, deberíamos madurar en nuestra experiencia de la vida de Dios, pero si nos permitimos estar bajo la influencia del espíritu del mundo, en lugar de experimentar la vida de Dios, experimentaremos la muerte espiritual.
La muerte es un proceso; es la corrupción gradual y la degeneración de nuestro ser. Mientras más hayamos estado bajo la influencia negativa del mundo, más nos estaremos moviendo en dirección hacia la muerte. Nuestro espíritu, nuestra mente y nuestro carácter se vuelven cada vez más mundanos. El apóstol Pablo nos enseña este principio en Gálatas 6:7-8:
Gálatas 6:7-8
7 No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
8 Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
El espíritu del mundo alimenta la carne; fomenta el deseo de hacer dinero, alcanzar una posición y satisfacer otras ambiciones terrenales. Nos seduce a permitirnos varios tipos de placeres como la moda, el canto y la música mundanos. Si sembramos para la carne y permitimos que éstos crezcan en nuestras vidas, segaremos corrupción y muerte. Por lo tanto, sembremos para el Espíritu, para que podamos segar vida eterna.
Si bien tenemos que cumplir con nuestras legítimas responsabilidades mientras vivimos en este mundo, debemos hacerlo en oración, en comunión con el Señor y siempre concentrándonos en el imperecedero reino de Dios. Sólo entonces podremos cumplir Su voluntad para nosotros en cuanto a ser Sus fieles testigos en la tierra.
No subestimemos la negativa influencia que el espíritu del mundo puede ejercer sobre nosotros y, por consiguiente, no tomemos este asunto a la ligera. Las Escrituras nos advierten enfáticamente sobre el efecto que el mundo puede causar en los cristianos. Tengamos cuidado de no ser como aquellos cuya semilla fue sembrada entre espinos, que “oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Marcos 4:18-19).
Demas fue colaborador del apóstol Pablo durante algún tiempo, pero debido a su amor por este mundo, abandonó a Pablo (2 Ti. 4:10). Como hijos de Dios que vivimos en un mundo caído, estemos atentos y seamos vigilantes. Seamos fieles embajadores de Cristo, influenciando al mundo positivamente como sal de la tierra y luz del mundo.
Notas:
1. Para profundizar en el tema del “espíritu del mundo”, por favor remitirse al mensaje AR219 registrado en el sitio web www.godandtruth.com.
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