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MENSAJE AR140

¿Donde yace la verdadera fortaleza?

Predicado en: 17 Apr 94 ▪ Editado en: 8 Feb 06


El mundo se preocupa por ser fuerte y poderoso. Vemos esto en las personas; también lo vemos en grupos y naciones. Las páginas de la historia son testigos de ello: poder y luchas de poder; fuerza militar y riqueza económica; estos son temas prominentes en muchos libros y películas.

En el mundo los poderosos son a menudo aquellas personas que son ricas y que tienen posiciones de alto rango en la sociedad, como el presidente de un país, un director ejecutivo en una compañía, un comandante en el ejército.

Resulta común encontrar entre los fuertes y poderosos a los que son astutos, sagaces, inescrupulosos y orgullosos. Estas personas abusan de su poder para explotar a otros, y ejercen su poder e influencia sobre los otros para satisfacer sus deseos y ambiciones personales. Ellos ni siquiera se inmutan cuando cometen actos atroces. Millones se han convertido en sus víctimas, especialmente mujeres, niños y ancianos.

Cuando se trata de los conceptos ‘fuerte’ y ‘poderoso’, los creyentes tienden a inquietarse, así como lo hacen con los conceptos de éxito, prosperidad y ambición. Esto es comprensible porque estos conceptos a menudo traen connotaciones negativas en cuanto a lo mundano. Sin embargo, desde la perspectiva bíblica, no hay nada malo en ser verdaderamente fuerte y poderoso, y no hay necesidad de evadir la consideración de estos conceptos.

La Escritura es clara en cuanto a que el Señor quiere que seamos fuertes. En Josué 1 se nos dice que Dios instruyó y exhortó a Josué a ser fuerte y valiente. En su carta a los efesios, Pablo también exhorta: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10). En su carta a los corintios, él dice: “Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Co. 4:20).

La fuerza y el poder son en realidad una parte esencial del reino de Dios. El Señor quiere que seamos vencedores, especialmente en los últimos tiempos. Y para ser vencedores, tenemos que ser fuertes. De lo contrario, seremos nosotros los vencidos. Por eso es importante para nosotros tener un buen dominio de este tema, y ser verdaderamente fuertes y poderosos en el sentido bíblico, para que podamos vivir de manera eficaz y cumplir los propósitos del Señor para nuestras vidas.

Me gustaría empezar nuestro estudio de este tema reflexionando en la vida del Señor Jesús.

El Señor Jesús es todopoderoso

Al hablar del Señor Jesús, el apóstol Juan nos dice: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). El Señor Jesús es en verdad el Creador todopoderoso.

En los Evangelios, vemos al Señor Jesús manifestando Su poder de diversas maneras. Él sanó a los enfermos y resucitó a los muertos. Él ejerció autoridad y poder sobre la naturaleza, al aquietar los vientos y calmar las olas. Él también ejerció poder sobre los demonios, al echarlos fuera de los poseídos por los demonios.

Hebreos 1:2 nos dice que, en estos últimos tiempos, Dios nos ha hablado en Su Hijo, por medio del cual hizo al mundo. Entonces leemos, en el versículo 3:

Hebreos 1:3
El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

Este versículo describe al Hijo, quien es el resplandor de la gloria de Dios y la imagen exacta de Su naturaleza, y nos dice que Él sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder. Evidentemente, el Señor Jesús tiene un poder inmenso.

Aún así el Señor Jesús parecía débil

Aunque al Señor Jesús no le faltaba fuerza ni poder, Él no parecía fuerte en muchas situaciones de los relatos de los Evangelios. De hecho, se veía débil, y a veces incluso indefenso, mientras parecía que Sus enemigos eran los que ejercían el poder.

En Su vida terrenal, el Señor sufrió mucho maltrato. Sin embargo, no se hizo valer ni tomó represalias, dando así la impresión que era débil.

La ilustración más impresionante de esto está en los eventos que precedieron a Su crucifixión. Durante ese episodio, se burlaron del Señor, lo abofetearon, lo escupieron y lo azotaron. Justamente cuando Él debía ser fuerte, pareció tan débil e incapaz de defenderse … Al final, como un criminal, lo clavaron en la cruz, sufriendo la muerte más agonizante, dolorosa y humillante.

Veamos las Escrituras para identificarnos con lo que aconteció en aquel momento.

En Marcos 14:55, el Señor Jesús apareció frente al Concilio judío – el Sanedrín o la corte suprema judía. Los principales sacerdotes y el Concilio completo trataban de obtener testimonio en Su contra para matarlo, pero no pudieron encontrar nada. Algunos lo escupían, le vendaban los ojos, le daban puñetazos y le decían: “¡Profetiza!”. Y los oficiales lo recibían con bofetadas (Marcos 14:65).

Entonces el Concilio trajo al Señor Jesús ante Pilato. Cuando Pilato supo que el Señor pertenecía a la jurisdicción de Herodes, lo envió a Herodes.

Lucas 23:8-11
8 Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho, porque hacía tiempo que deseaba verle; porque había oído muchas cosas acerca de él, y esperaba verle hacer alguna señal.
9 Y le hacía muchas preguntas, pero él nada le respondió.
10 Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran vehemencia.
11 Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato.

Otra vez el Señor Jesús fue tratado con desprecio. Herodes y sus soldados se burlaron de Él, lo vistieron con una ropa espléndida, y entonces Herodes volvió a enviarle a Pilato.

Era la Pascua, y las personas pedían la libertad para un prisionero, como Pilato solía hacer durante esta fiesta. Al saber que Jesús era inocente y que era por envidia que los principales sacerdotes lo entregaban, Pilato quería liberarlo. Pero los principales sacerdotes incitaron a la multitud a que pidiera que crucificaran al Señor Jesús. Con tal de aplacar a los judíos, Pilato cedió ante las demandas de la multitud.

Marcos 15:8-15
8 Y viniendo la multitud, comenzó a pedir que hiciese como siempre les había hecho.
9 Y Pilato les respondió diciendo: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?
10 Porque conocía que por envidia le habían entregado los principales sacerdotes.
11 Mas los principales sacerdotes incitaron a la multitud para que les soltase más bien a Barrabás.
12 Respondiendo Pilato, les dijo otra vez: ¿Qué, pues, queréis que haga del que llamáis Rey de los judíos?
13 Y ellos volvieron a dar voces: !!Crucifícale!
14 Pilato les decía: ¿Pues qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aun más: !!Crucifícale!
15 Y Pilato, queriendo satisfacer al pueblo, les soltó a Barrabás, y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado.

Los soldados romanos entonces se hicieron cargo, se mofaron del Señor y fingieron adorarle. Después de eso, lo llevaron para que fuese crucificado.

Marcos 15:16-20
16 Entonces los soldados le llevaron dentro del atrio, esto es, al pretorio, y convocaron a toda la compañía.
17 Y le vistieron de púrpura, y poniéndole una corona tejida de espinas,
18 comenzaron luego a saludarle: !!Salve, Rey de los judíos!
19 Y le golpeaban en la cabeza con una caña, y le escupían, y puestos de rodillas le hacían reverencias.
20 Después de haberle escarnecido, le desnudaron la púrpura, y le pusieron sus propios vestidos, y le sacaron para crucificarle.

Mientras el Señor estaba en la cruz, el abuso y los insultos continuaron sin parar.

Marcos 15:24-32
24 Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada uno.
25 Era la hora tercera cuando le crucificaron.
26 Y el título escrito de su causa era: EL REY DE LOS JUDÍOS.
27 Crucificaron también con él a dos ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda.
28 Y se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos.
29 Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: !!Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas,
30 sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz.
31 De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciendo, se decían unos a otros, con los escribas: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar.
32 El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban.

Los pasajes bíblicos de los sucesos previos a la cruz presentan al Señor como una persona aparentemente débil e indefensa, sujeto a la voluntad de las autoridades judías y romanas, y a las demandas de la multitud.

Siglos antes, el profeta Isaías profetizó acerca de lo que el Señor Jesús tenía que pasar en la cruz.

Isaías 53:7
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.

Isaías predijo que el Señor, aunque angustiado y afligido, no abrió Su boca y fue como cordero llevado al matadero.

Esta no es una imagen normalmente asociada con grandeza, fortaleza y poder. Más bien, parece ser una descripción de debilidad e impotencia. Y aun así, somos exhortados a seguir los pasos del Señor, seguir Su ejemplo en enfoque, actitud y espíritu (1 P. 2:21–25).

Muchos cristianos encontrarán desagradable y penoso tener que pasar por situaciones como éstas. Pensarán que esto no concuerda con la idea de una vida cristiana victoriosa.

La mayoría de nosotros quiere ser fuerte ante los ojos del mundo. Cuando se nos trata injustamente, preferimos levantarnos y hacernos valer, que parecer débiles e indefensos. Nos molesta que nos juzguen mal. Se dice que Cao Cao, conocido como un destacado General, guerrero de la historia china durante el período de “Los Tres Reinados”, pronunció estas palabras: “Es preferible que yo juzgue mal al mundo, y no que el mundo me juzgue mal a mí”. Este tipo de espíritu abunda. Existen aquellos que consideran un privilegio de los fuertes y poderosos el juzgar mal a los demás. En realidad, características como la confianza en sí mismo, la arrogancia y la agresión, son rasgos prominentes del mundo caído.

¿Qué es entonces la verdadera fortaleza, y qué es en realidad la debilidad? Debemos buscar las repuestas a estas preguntas desde la perspectiva del reino de Dios, que es diferente a la del mundo caído.

Fortaleza verdadera en la mansedumbre y la humildad

Una característica prominente del Señor Jesús, a menudo mal entendida por debilidad, es Su mansedumbre y humildad.

Mateo 11:28-30
28 Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.

La palabra traducida como “manso” en este versículo 29 y en Mateo 5:5, puede traducirse también como ‘apacible’. El Señor Jesús es manso o apacible; Él es humilde o sencillo. Él dice: “Aprended de mí”. Así que nosotros debemos aprender a ser mansos y humildes. La mansedumbre y la humildad son cualidades fundamentales en el reino de Dios, cualidades que debemos cultivar en nuestras vidas.

Fortaleza verdadera en sumisión a la voluntad perfecta de Dios

La verdadera fortaleza en el reino de Dios supone fortaleza de carácter y fortaleza de convicciones. Aquél que es verdaderamente fuerte, tiene un compromiso firme con la verdad. Persevera en la senda de la verdad, no importa lo que ello implique. Se somete a la voluntad perfecta de Dios y realmente vive la voluntad de Dios en su vida. Aunque vivir de esa forma es muy difícil, aquél que es verdaderamente fuerte no se desvía fácil de la senda correcta.

Cuando entendemos la verdadera fortaleza y el poder de esta manera, podemos darnos cuenta de que el Señor Jesús manifestó una fortaleza verdadera incluso cuando parecía débil. Manifestó una fortaleza verdadera cuando hizo la voluntad del Padre de manera perfecta en todas las situaciones, incluyendo esas en las que parecía indefenso, y de forma especial durante los eventos previos a la cruz.

El Señor Jesús no siempre dejó que los otros hicieran lo que querían con Él. En Lucas 4:20–30, leemos que aunque se dejó echar fuera de la ciudad, no les permitió que lo arrojaran por el precipicio.

¿Por qué entonces el Señor se sometió a todo ese maltrato severo y humillante de los judíos y romanos, y soportó el dolor atroz y la agonía de la cruz? Fue así porque Él reconoció que eso estaba de acuerdo con la verdad y la voluntad perfecta del Padre para Él.

En el huerto de Getsemaní, el Señor Jesús oró: “… pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Esta en realidad fue Su postura básica durante toda Su vida. Él siempre buscaba hacer lo que era agradable al Padre. Esta fue la razón por la que sufrió la agonía de la cruz.

El Señor Jesús no disfrutó tener que pasar por el sufrimiento ni lo encontró fácil. De hecho, fue sumamente difícil para Él. Mateo 26:36–39 nos da una idea de la profunda agonía en Su alma:

Mateo 26:36-39
36 Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro.
37 Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.
38 Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.
39 Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.

El Señor Jesús estaba angustiado y afligido en gran manera. Mientras enfrentaba el prospecto de la muerte en la cruz, sabía que la agonía sería muy grande – no sólo en el aspecto físico, sino también en las dimensiones emocionales, mentales y espirituales. Su clamor desgarrador: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34) fue una evidencia de esto. Él estaba llevando los pecados del mundo en la cruz, así como el castigo que nos correspondía a nosotros. Satanás y las fuerzas de las tinieblas lo estaban afligiendo duramente.

Otra posible razón de este clamor de angustia del Hijo de Dios, es la siguiente: Dios Padre y Dios Hijo gozan de una unión eterna, constante y profunda. Pero como Jesús estaba llevando nuestros pecados y castigos, algo inconcebible sucedió. Él cayó bajo el juicio de Dios, lo cual trajo como resultado una interrupción severa en el lazo y la unicidad, por lo demás, inquebrantables<1>.

En el versículo 39, el Señor Jesús dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”, pero continuó: “pero no sea como yo quiero, sino como tú”. El Señor pasó por el sufrimiento en la cruz en sumisión a la voluntad del Padre. No fue un sufrimiento vano, sino de gran valor y relevancia en el reino espiritual.

Su muerte en la cruz proveyó el fundamento para el reino de Dios y su extensión. Proveyó también el camino de la salvación para la humanidad y la senda de la verdadera libertad – libertad de la esclavitud del pecado y de los poderes de las tinieblas. Es la base para la transformación de nuestra vida y nuestro carácter. Toda verdadera sumisión a Dios, todo sufrimiento de acuerdo con la voluntad de Dios, no serán en vano, sino que tendrán implicaciones satisfactorias.

Una vida de verdadera sumisión a Dios requiere de valor y fortaleza de carácter. Requiere de una gran fuerza spiritual, resistencia y vigor. No es debilidad en lo más mínimo.

Una vida de verdadera sumisión a Dios tiene implicaciones positivas.

1. Una vida de verdadera sumisión a Dios honra y glorifica a Dios

Cuando vivimos en sumisión a Dios, estaremos viviendo una vida que representa fielmente el carácter y los caminos de Dios. Esta clase de vida puede estimarse como debilidad por parte de los demás, pero no tenemos que perturbarnos por eso. Donde tenemos que concentrarnos, es en serles fieles a Dios.

2. Una vida de verdadera sumisión a Dios nos ayuda a crecer en estatura moral y espiritual

Si nosotros caminamos en la senda que Dios quiere que tomemos, será bueno para nosotros, incluso si pasamos por sufrimientos injustos. Nos ayudará a desarrollar nuestro carácter. Fomentará verdaderas y preciosas cualidades en nosotros, como la de un espíritu manso (o apacible), paciente, lo cual es apreciado ante los ojos de Dios (1 P. 3:4).

Las palabras en Santiago 1:2–4 constituyen una fuerte exhortación para nosotros cuando pasamos por dificultades y pruebas en sumisión a la voluntad de Dios.

Santiago 1:2-4
2 Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
Si atravesamos esas situaciones de manera adecuada, en comunión con Dios, crecemos en estatura moral y espiritual; profundizamos nuestro conocimiento de Dios, la comunión con Él, y así estaremos en el camino de convertirnos en “perfectos y cabales, sin que … falte cosa alguna”.

3. Una vida de verdadera sumisión a Dios fomenta el reino de Dios

¿De qué manera la sumisión a Dios hace avanzar el reino de Dios? Primero, cuando nos sometemos a la voluntad de Dios, nos estamos sometiendo al reinado de Dios en nuestros corazones. De este modo, el reino de Dios avanza en nuestros propios corazones. Segundo, cuando nos sometemos a la voluntad de Dios, cumplimos Su obra y así contribuimos al avance de Su reino, justamente como el Señor Jesús hizo cuando consumó la obra que Dios Padre le había encomendado. Esta vida de sumisión es un testimonio verdadero de Dios y de Su reino.

Hacernos valer de una manera carnal puede parecer a veces más eficaz, que someterse tranquilamente a la voluntad de Dios. Pero una adecuada sumisión a la perfecta voluntad de Dios es realmente la forma más eficaz de promover los valores del reino de Dios, y de atraer a otros hacia Dios y Su reino. Estas ocasiones son también oportunidades para que Dios manifieste Su poder por medio de nosotros.

La senda de la verdadera fortaleza y mansedumbre no es fácil; más bien puede resultar muy dolorosa y humillante; y a veces, abrumadora. Sin embargo, ninguna situación puede aplastarnos cuando aprendemos a caminar como es debido con el Señor. Su gracia siempre será suficiente para nosotros. En cambio, para llevar esta clase de vida, se requiere de convicción y determinación.

En vez de subscribirnos a los puntos de vista de fortaleza y debilidad del mundo, debemos preguntarnos a nosotros mismos: “¿Soy lo suficientemente fuerte para ser paciente y amable? ¿Soy suficientemente fuerte para ser manso, para perseverar en la senda de la verdad, en obediencia a Dios, sin importar cuán dolorosa, difícil y provocativa sea la situación?”.

¿Somos realmente fuertes como para poner la otra mejilla o ir una milla más, si eso es lo debido y amoroso? Poner la otra mejilla e ir una segunda milla no es fácil, e implica dolor y humillación. Podemos pensar que es injusto. Pero el Señor no demanda de nosotros que pongamos la otra mejilla ni que vayamos una milla más sólo cuando sea justo para nosotros. No obstante, esto no significa que dejemos a los demás hacer lo que quieran de nosotros. Debemos considerar lo que sea coherente con los caminos y el carácter de Dios, y con la manera en la que Él quiere que nosotros respondamos ante las situaciones específicas que atravesamos.

Es fácil ser impaciente y desagradable, incluso agresivo y cruel. El mundo no considerará tales reacciones como incoherentes con el hecho de ser fuerte y poderoso. Pero desde la perspectiva bíblica, esas no son las respuestas del verdaderamente fuerte y poderoso, sino del verdadero débil y necio.

Dios quiere que seamos fuertes y valientes en la verdad

Es importante que seamos fuertes en verdad. En Josué 1 leemos que, con la muerte de Moisés, Josué tenía la responsabilidad de guiar a la nación de Israel. En los versículos 6–9, el Señor le dijo:

Josué 1:6-9
6 Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.
7 Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.
8 Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.
9 Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.

En este preciso momento de la historia de Israel y del cumplimiento de los propósitos de Dios, Dios le enfatizó a Josué la necesidad de ser fuerte y valiente. Tres veces el Señor le insistió: “Esfuérzate y sé valiente” (vs. 6–7, 9). En el versículo 7, vemos que el éxito está unido al hecho de ser fuerte y valiente; también va unido a la obediencia de las leyes de Dios. El Señor le dijo a Josué: “… esfuérzate y sé muy valiente para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas”. Si quería triunfar, Josué tenía que ser fuerte y valiente, y también actuar conforme a las instrucciones y los caminos de Dios.

Vemos entonces que hay satisfacción moral en ser fuerte y valiente. El éxito verdadero no consiste en tener fuerza y valentía para hacer lo que queremos, sino en tener fuerza y valentía para actuar conforme a los caminos de Dios.

Podemos ser fuertes físicamente o parecer fuertes ante los ojos del mundo, pero nunca podemos ser verdaderamente fuertes por nosotros mismos. Dios no nos ha creado con la capacidad de ser fuertes en nosotros mismos. Podemos ser fuertes de verdad sólo en el Señor. Pablo nos exhorta: “Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10). La verdadera fortaleza que nos capacita para perseverar en el cumplimiento de la voluntad de Dios, sólo puede ser de Dios.

A menos que experimentemos la capacitación de Dios, no podremos vivir la vida de amor, verdad y justicia. Considere Romanos 7:14–19.

Romanos 7:14-19
14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.
15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.

Pablo describe la lucha y la impotencia de aquel que sabe lo que es correcto, y aun así no puede hacerlo. Siempre vamos a experimentar en nosotros mismos esta lucha y esta sensación de fracaso.

Sabiendo la importancia de ser fuerte, y que la verdadera fuerza sólo puede encontrarse en el Señor, debemos disponer nuestros corazones para buscar de Él y de Su fuerza. 1 Crónicas 16:11 nos exhorta: “Buscad a Jehová y su poder; Buscad su rostro continuamente”.

Si nosotros buscamos al Señor de manera consistente, podremos testificar, como el salmista, que: “Mi fortaleza y mi cántico es JAH” (Sal. 118:14). Este tema aparece una y otra vez en los Salmos: “Jehová es mi fortaleza y mi escudo” (Sal. 28:7); “pues tú eres mi refugio” (Sal. 31:4); “Dios es nuestro amparo y fortaleza” (Sal. 46:1).

Debemos prestar atención a la exhortación del Señor en Jeremías 17:5–6:

Jeremías 17:5-6
5 Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.
6 Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada.

El Señor advierte al que confía en el hombre, al que se apoya en la fuerza humana, y a aquel cuyo corazón se aparta del Señor. Las palabras del Señor son enfáticas: “Maldito el varón …”. Esta clase de persona languidecerá como la zarza en el desierto. El enfoque del mundo es confiar en las energías, capacidades y métodos humanos. Tristemente, muchos creyentes reciben la influencia de los métodos del mundo y adoptan también este enfoque carnal.

En los versículos 7–8, vemos un contraste:

Jeremías 17:7-8
7 Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.
8 Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.

Aquel que confía y se apoya en el Señor, es descrito como un árbol plantado junto a las aguas. A diferencia de la zarza en el desierto, esta persona dará frutos y sus hojas estarán siempre verdes.

La verdadera fortaleza y la verdadera libertad están estrechamente relacionadas. En Juan 8:31–32, el Señor Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él:

Juan 8:31-32
31 Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;
32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

El Señor Jesús les estaba hablando sobre la libertad. Si ellos permanecían en Su palabra, entonces iban a ser verdaderamente Sus discípulos. Y conocerían la verdad, y la verdad los haría libres. Pero los judíos no entendieron bien de qué Él les estaba hablando, y entonces le preguntaron:

Juan 8:33
Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?

Ellos pensaban que ya eran libres, pero el Señor les respondió:

Juan 8:34
Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.

El que peca de forma habitual, es esclavo del pecado y está sujeto a la esclavitud del pecado. La verdadera libertad es la libertad de la esclavitud del pecado, la libertad de vivir la verdad a plenitud. Tanto el poder como la fuerza para vivir esa vida de libertad vienen del Hijo de Dios.

Juan 8:36
Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

En el Señor Jesús hay libertad del cautiverio del pecado y libertad para vivir en la perfecta voluntad de Dios. En Él está el poder para vivir esa vida de amor y verdad. En ella no habrá ese sentido de imposibilidad de la cual leemos en Romanos 7:14–19; ya no seremos más esclavos del pecado.

En Romanos 7:24, Pablo pregunta: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. La respuesta: “… por Jesucristo Señor nuestro” (v. 25).

Es sólo por medio del Señor Jesús que podemos ser liberados. Es la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. Es una vida que se vive en la plenitud del Espíritu y con el poder del Espíritu. Cuando vivamos esa clase de vida en Cristo, seremos libres de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8). Esta libertad es muy valiosa. Pero para ser verdaderamente libres, necesitamos ser verdaderamente fuertes.

Para tener verdadera fuerza y poder, es preciso reconocer que somos débiles. Pablo testifica esto en 2 Corintios 12:9–10. Él habla sobre el “aguijón” en su carne, el mensajero de Satanás que le abofetea. Fue una experiencia difícil para él, y le rogó al Señor tres veces que se lo quitara, pero el Señor le dijo:

2 Corintios 12:9-10
9 Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
10 Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Pablo estaba conforme con su debilidad, porque sabía que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad. Pablo reconoció sus propias limitaciones e imposibilidad, su incapacidad de vivir la voluntad de Dios por su propia fuerza, especialmente en tiempos difíciles. Con este sentido de debilidad en sí mismo, se volvió a Dios en fe, confió en Él y se hizo fuerte en Él. Es por ello que Pablo pudo decir: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Este pasaje nos ayuda a percatarnos de que adoptar la manera y la fortaleza del mundo (el ejercicio de la energía carnal y la confianza en uno mismo) en realidad nos impide llegar a ser verdaderamente fuertes. Pero si nosotros reconocemos nuestras propias debilidades y limitaciones, y adoptamos una postura tal que Dios pueda tener la libertad de manifestar Su poder en nuestras vidas, tendremos la fortaleza para atravesar todo lo que Dios estime conveniente que debamos pasar. El poder de Dios es siempre suficiente para nosotros. En Él, seremos fuertes. Podremos experimentar la suficiencia de Su gracia en y a través de nuestros débiles y frágiles cuerpos.

En este mensaje hemos visto que el hombre manso y humilde puede parecer débil, pero que, en realidad, se requiere de fuerza para ser manso y humilde. Si no somos verdaderamente fuertes, tendremos dificultad para manifestar la verdadera humildad y mansedumbre.

La verdadera fortaleza camina junto a la humildad y la mansedumbre. Quien es fuerte en realidad, es manso y humilde; y el que es realmente manso y humilde, es verdaderamente fuerte. Esa persona sabrá cómo y cuándo asumir una postura y estar firme. Es fuerte y comprometido con la verdad. Esa persona tiene convicciones y no se deja dominar por el temor. El perfecto ejemplo de esto lo encontramos en el Señor Jesús.

El Señor quiere que seamos verdaderamente fuertes, pero sólo podemos serlo en el Señor, y sólo si nos sometemos a Su perfecta voluntad. Si aprendemos a depender del Señor de forma verdadera y profunda, entonces, aunque parezcamos débiles, en realidad seremos fuertes.


1. El mundo se preocupa por ser fuerte y poderoso. ¿Cómo deben ver los cristianos esta cuestión? Comparte tus ideas acerca de si los cristianos deben disponer o no sus corazones para hacerse fuertes.

2. Ponga ejemplos de la vida de Jesús donde Él pareció débil, pero (en realidad) fue fuerte. ¿Qué podemos aprender de Su vida sobre lo que significa ser verdaderamente fuerte?

3. Desde la perspectiva bíblica, ¿cuáles son las marcas de alguien que es verdaderamente fuerte?

4. ¿Cómo podemos hacernos verdaderamente fuertes?






Nota:

1. Para una consideración más detallada de la cruz, y de la naturaleza e intensidad de la agonía y el sufrimiento de Cristo, favor de consultar AR173–175 en www.godandtruth.com.


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