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MENSAJE AR141
Predicado en: 8 May 94 ▪ Editado en: 26 Feb 06
Verdaderamente fuerte: fortalecido por Dios con todo poder | Ejemplos en las Escrituras del verdaderamente fuerte y del verdaderamente débil | Fuertes ante el mundo; sin embargo, zarandeados con facilidad | Los que temen al Señor son fuertes | Fortaleza verdadera: el testimonio de Pablo | Diferentes manifestaciones de la verdadera fortaleza | Los que son fuertes verdaderamente, se interesan por los débiles | Preguntas para la reflexión y el debate
En el Mensaje 1, observamos que el mundo está enfrascado en ser fuerte y poderoso, y que la historia de la humanidad está colmada de luchas de poder. Millones de personas sufren por el abuso de poder y la explotación de los débiles.
También observamos que Dios quiere que Su pueblo sea verdaderamente fuerte, al ser esto vital para una vida cristiana eficaz. Para ser vencedores, necesitamos ser fuertes en el Señor.
En este mensaje, seguiremos considerando lo que significa ser verdaderamente fuerte y poderoso. También vamos a ver algunos ejemplos de los que son verdaderamente débiles y los que son verdaderamente fuertes.
Para ser verdaderamente fuerte, uno tiene que ser fortalecido por el poder de Dios. Veamos la oración de Pablo por los colosenses:
Colosenses 1:9–11
9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual,
10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;
11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad;
En el versículo 11, Pablo pidió que los creyentes fueran fortalecidos con todo poder, según la potencia de la gloria de Dios. Marque las palabras “todo” y “la potencia de su gloria”. Es decir, no debemos estar satisfechos con tan solo un poquito de fortaleza, sino “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria”.
¿Con qué fin debemos tener este poder? El versículo 10 nos dice: “… para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”. Y el versículo 11 nos dice que “para toda paciencia y longanimidad”.
Para ser capaces de llevar una vida digna de Dios, y poder perseverar en esta senda a pesar de lo difícil que ésta sea, necesitamos fortalecernos con todo poder, según la potencia de la gloria de Dios.
El verdadero poder tiene lugar por medio de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Justo antes de Su ascensión, el Señor Jesús dijo:
Hechos 1:8
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Aquí el Señor estaba encomendando a Sus discípulos que fueran Sus testigos. Esta es una responsabilidad importante que el Señor nos encomienda para nuestro tiempo en la tierra. Pero para ser testigos eficaces de la verdad y siervos eficaces de Dios, necesitamos recibir el poder del Espíritu Santo.
Me gustaría considerar con ustedes dos episodios de las Escrituras que pueden darnos una mejor comprensión de lo que significa ser verdaderamente fuerte y verdaderamente débil. Los principios que podemos aprender de estos incidentes, son aplicables a muchas situaciones de nuestras propias vidas.
Nabucodonosor fue un gran rey de un gran imperio. Él hizo una imagen de oro e indicó al pueblo de su reino que se reunieran para adorarla. Quien no se postrara y adorara, sería echado inmediatamente al horno de fuego ardiendo (vs. 1–6).
En aquellos tiempos, cuando un rey ordenaba algo a sus subordinados, ellos tenían que obedecer. Los que desobedecían eran castigados. Nabucodonosor estaba en una posición de autoridad y poder. Y de este modo, el pueblo se sometió a sus órdenes y mandatos, pero el rey recibió las noticias de que ciertos judíos en su reino no estaban obedeciendo su orden.
Daniel 3:12–15
12 Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado.
13 Entonces Nabucodonosor dijo con ira y con enojo que trajesen a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Al instante fueron traídos estos varones delante del rey.
14 Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado?
15 Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?
Estos hombres (Sadrac, Mesac y Abed-nego) se negaron a adorar la estatua de oro. Nabucodonosor se enfureció y mandó a calentar el horno siete veces más de lo acostumbrado (v. 19). Y mandó a sus hombres vigorosos que ataran a Sadrac, Medrac y Abed-nego para echarlos al horno de fuego ardiendo (v. 20). Y eso mismo hicieron ellos.
Daniel 3:21–23
21 Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo.
22 Y como la orden del rey era apremiante, y lo habían calentado mucho, la llama del fuego mató a aquellos que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego.
23 Y estos tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo.
Entonces, ¿quién fue fuerte y quién débil? Para el mundo, la respuesta es clara. Era Nabucodonosor el fuerte y poderoso. Los tres amigos de Daniel estaban indefensos ante este tiránico rey. Ellos estaban a su merced. Él podía ordenar sus muertes, y ninguno de los tres podría resistirse.
Cuando somos confrontados con los fuertes y poderosos de este mundo (como estos tres amigos), podemos sentirnos muy débiles e indefensos. Y tenemos la tendencia a ver estas situaciones con la perspectiva del mundo. Pero, ¿es esa la perspectiva correcta? ¿Cómo mira Dios una situación como ésta? ¿Quién es fuerte a los ojos del Señor? ¿Es el rey enfurecido, tiránico, dueño de este gran imperio? ¿O los tres hombres, aparentemente indefensos?
Observe que los indefensos en apariencia (Sadrac, Mesac y Abed-nego) habían asumido una postura muy valiente.
Daniel 3:16–18
16 Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto.
17 He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.
18 Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.
Sadrac, Mesac y Abed-nego tenían la confianza que Dios podía liberarlos del horno, aunque ellos no dieron por sentado que Él lo haría. Si Dios no los liberaba, sabían que no era porque Dios no pudiera hacerlo. Si Dios estimaba conveniente que fueran quemados en el horno de fuego, aún así ellos decidirían permanecer fieles al Señor antes que adorar la imagen de oro.
Desde la perspectiva real, fue Nabucodonosor el débil, y los tres amigos los que fueron fuertes. Nabucodonosor era egocéntrico, le faltaba dominio propio y se llevaba por sus emociones; su conducta tiránica no tenía que ver con la verdad. En cambio, la reacción de los tres amigos fue loable. Ellos demostraron fe en Dios y fidelidad a Dios. En ese contexto, Dios tuvo la libertad de manifestar Su poder.
Veamos qué sucedió cuando lanzaron a los tres amigos en el fuego ardiendo.
Daniel 3:24–27
24 Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey.
25 Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses.
26 Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego.
27 Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían.
El Señor preservó de forma milagrosa a los tres amigos. Se vio un cuarto varón paseándose en medio de ellos en el fuego. Él era “semejante a hijo de los dioses”, y bien pudo ser el Logos: el Señor Jesús antes de Su encarnación.
Aquí vemos que Dios manifiesta Su poder al liberar a los tres amigos. Este incidente tuvo un gran impacto en las personas de aquellos tiempos y continúa teniendo impacto incluso hoy en día. La misma liberación fue un testimonio poderoso en el campo espiritual. Pero el aspecto fundamental del poder del testimonio está en las vidas de estos tres hombres: su valentía, su confianza firme en el Señor y su fidelidad a Él, y cómo el Señor los capacitó para tomar esa valerosa decisión en esa situación. Ellos fueron verdaderamente fuertes.
Note el impacto en Nabucodonosor. En el versículo 26, Nabucodonosor dijo: “Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Altísimo, salid y venid”. En el versículo 28, observamos que él pudo reconocer que estos tres amigos estaban adorando al Dios verdadero, y que el Dios verdadero era Quien los estaba ayudando.
Daniel 3:28
Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios.
Contraste este con el versículo 15, cuando él preguntó: “¿Y qué dios será aquel que os libre de mis manos?”. Ahora el rey reconoció que Dios era quien había librado a los tres amigos. El rey estaba muy enfurecido con los tres hombres cuando ellos violaron su orden. Pero ahora, los miraba de forma diferente. Se dio cuenta de que habían violado su edicto porque confiaban en su Dios y querían ser fieles a su Dios. Él ahora sabía que ellos eran firmes en sus convicciones, hasta el punto de entregar sus cuerpos, porque no adorarían ni servirían a otro dios, excepto al Dios verdadero. Al haber entendido el significado de la posición que estos tres hombres adoptaron, él los elogió. Fue incluso más allá, al decretar que nada ofensivo podía decirse que estuviera en contra del Dios verdadero.
Daniel 3:29
“Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste.”
Al considerar este incidente, debemos reflexionar en una verdad de suma importancia que nos ayuda en nuestras propias vidas. Nabucodonosor, el rey autocrático de un gran imperio, parecía tener poder y autoridad sin límites ni restricciones para actuar como quisiera, pero en realidad, no era así. Nadie tiene poder ilimitado, sino Dios. Sólo Dios es verdaderamente todopoderoso. Todas las cosas (personas, objetos, los poderes de las tinieblas, las circunstancias) están sujetas a Su soberanía. Nada puede suceder si Él no lo permite. Ni siquiera un pajarillo cae en tierra sin el permiso de Dios (Mt. 10:29).
Regocijémonos en que nuestro gran Dios se dispone en favor de aquellos que lo aman, confían en Él y caminan con Él. Él hará que todas las cosas obren para su bien, como dice Pablo en Romanos 8:28. Esto debe constituir un gran estímulo para que nosotros andemos en fe. Apreciemos y recibamos esta verdad en nuestras vidas de manera profunda, y vivamos con este profundo sentido de seguridad.
En este pasaje se recoge que los judíos entregaron al Señor Jesús a Pilato, el gobernador, y a su vez fue Pilato quien sentenció al Señor Jesús. Pilato mandó llamar al Señor Jesús y lo interrogó (18:33), y posteriormente mandó a que le azotaran (19:1).
Al poco rato, Pilato interrogó al Señor aún más, preguntándole de dónde venía. Cuando el Señor no le dio respuesta, Pilato le dijo:
Juan 19:10
Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?
Pilato decía tener autoridad sobre el Señor Jesús. Él podía liberarlo o crucificarlo.
Desde cierto punto de vista, podemos decir que Pilato ejercía autoridad y poder sobre el Señor Jesús. Pilato podía decidir cómo lidiar con el Señor Jesús. Desde esta perspectiva, el Señor Jesús parecía débil e indefenso ante Pilato.
Pero, ¿cuál era la realidad de la situación? Observe la respuesta que le dio el Señor a Pilato:
Juan 19:11
Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
El Señor dijo que la autoridad de Pilato le había sido dada de arriba. La frase “de arriba” quiere decir ‘del cielo, de Dios’. Pilato no hubiera tenido autoridad sobre el Señor Jesús a menos que Dios se la hubiera dado, a menos que Dios lo permitiera. Por lo tanto, Pilato tendría que rendir cuentas a Dios, el verdadero Soberano y Gobernador del universo.
De modo que está claro que Pilato no hubiera podido hacer lo que se le antojara con el Señor Jesús, sino sólo lo que Dios el Padre había permitido que ocurriera en esa situación. Fuese Pilato consciente o no de esto, no tenía verdadero poder ni autoridad sobre el Señor Jesús.
Entonces, desde la percepción más profunda y elevada, podemos decir que Pilato era el que estaba bajo juicio. En realidad, Pilato estaba siendo juzgado por su propia conducta frente a esta situación. Aunque Pilato pensaba que estaba enjuiciando al Señor Jesús, era el Señor Jesús, el verdadero Juez, quien lo estaba enjuiciando a él en aquel entonces, y lo haría otra vez en el Juicio Final.
Podemos señalar dos puntos de este encuentro entre el Señor Jesús y Pilato:
Aunque Pilato parecía ser el que ejercía la autoridad y el poder sobre el Señor Jesús, era en realidad un hombre débil. Mateo 27:22–26 capa la tensión bajo la que se encontraba Pilato:
Mateo 27:22–26
22 Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!
23 Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!
24 Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros.
25 Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.
26 Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado.
Bajo la instigación de los principales sacerdotes y de los ancianos, la multitud presionaba para que crucificaran al Señor Jesús.
Pilato tuvo miedo al ver el motín que se estaba formando, y trató de librar su responsabilidad. Cogió agua y se lavó las manos frente a la multitud, diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo”.
Pilato no había encontrado culpa en el Señor Jesús (Juan 18:38) y sabía que era por envidia que los judíos lo habían entregado a él (Mt. 27:18). Aún así, contrario a su mejor apreciación, él cedió a las demandas de la multitud y entregó al Señor para ser crucificado.
El Imperio Romano era reconocido por su sistema de ley y orden, y por la administración de la justicia. Como gobernador, a Pilato se le encomendó la solemne responsabilidad de mantener y aplicar la justicia, pero él sucumbió a la más flagrante injusticia. Y por más que trató de declarar su inocencia, nunca podría ser inocente de la sangre del inocente Hombre que entregó para ser crucificado.
Vemos aquí la manifestación de una vergonzosa debilidad de carácter. Pilato demostró una falta de sentido de lo que es la justicia en una cuestión tan determinante como una sentencia de muerte; no actuó responsablemente. Fue débil en cuanto a principios y convicciones morales, y le faltó la fuerza para actuar conforme a lo que él reconocía que era correcto. Prefirió sucumbir a la presión de la multitud e hizo lo incorrecto en un asunto muy grave: entregar a un Hombre inocente para que fuese crucificado.
¿Fue Pilato fuerte aquí? No, fue débil, e incluso cobarde.
Ahora, piense en el Señor Jesús. Él es el Hijo de Dios, el Creador de todas las cosas; sin embargo, se burlaron de Él, lo escupieron, lo azotaron, y después lo crucificaron. A pesar de todo el terrible maltrato y la intensa agonía que tuvo que soportar, Él mantuvo Su compostura, dignidad y fidelidad.
Así es como Hebreos 12 lo describe:
Hebreos 12:1–4
1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.
4 Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;
El escritor de Hebreos nos exhorta a enfocar nuestros ojos en el Señor Jesús, y a correr la carrera con paciencia. Todo creyente tiene su propia carrera (la carrera que tenemos por delante), y necesitamos fuerza para correrla con paciencia.
El ejemplo de paciencia del Señor es un estímulo para que no nos desanimemos ni desmayemos. De la manera que Él pasó la cruz, fue una manifestación suprema de verdadera fortaleza. Si nosotros somos fuertes en verdad, no seremos zarandeados fácilmente. Podremos pasar bien por cualquier tipo de situación, permaneciendo firmes en la verdad y constantes en la fidelidad a Dios.
Muchas personas pueden parecer fuertes, poderosas y seguras, pero en realidad, pueden ser fácilmente zarandeadas, agitadas y atemorizadas. Incluso Nabucodonosor, el gobernante arrogante, tiránico y poderoso, fue temeroso. Al ejercer su poder, parecía muy seguro y valiente; sin embargo, se atribulaba y alarmaba con sueños. Veamos su testimonio y confesión de temor y sobresalto.
Daniel 4:1, 4–5
1 Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada.
4 Yo Nabucodonosor estaba tranquilo en mi casa, y floreciente en mi palacio.
5 Vi un sueño que me espantó, y tendido en cama, las imaginaciones y visiones de mi cabeza me turbaron.
Nabucodonosor estaba en un momento de su vida en que todo le parecía ir bien. Estaba relajado y floreciente. Luego tuvo un sueño, y se espantó. Daniel 2:1 nos dice que a causa de sus sueños, “se perturbó su espíritu, y se le fue el sueño”.
Otro cuadro impresionante de semejante miedo se puede ver en el descendiente de Nabucodonosor, Belsasar. Él gobernó después de Nabucodonosor. Daniel 5:1–4 nos cuenta la historia del rey celebrando un gran banquete para mil de sus príncipes. Durante el banquete, dio la orden de traer los vasos de oro y plata, que Nabucodonosor había traído del templo de Jerusalén, para beber en ellos. Se estaban divirtiendo, o por lo menos eso pensaban. Los versículos 5–6 nos dicen lo que sucedió mientras bebían y alababan a dioses de oro, plata, bronce, hierro, madera y piedra.
Daniel 5:5–6
5 En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía.
6 Entonces el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una contra la otra.
Al ver los dedos que escribían en la pared a la luz del candelero, el rostro del rey palideció. Se puso nervioso y asustado. El versículo 6 describe un cuadro vívido de lo aterrado que estaba. Cuando los sabios del reino no pudieron leer o interpretar la escritura, “entonces el rey Belsasar se turbó sobremanera, y palideció, y sus príncipes estaban perplejos” (Dn. 5:9).
Nabucodonosor y Belsasar son tan solo dos ejemplos de muchos que parecen fuertes y seguros, pero que en realidad, carecen de verdadera fortaleza y poder.
Como nos dice el salmista, el verdadero poder pertenece a Dios (Sal. 62:11). Aquellos que no lo experimentan, que no conocen el poder de Dios, nunca pueden ser verdaderamente fuertes. Pueden dar la imagen de serlo, pero sólo conocen el poder del mundo, no el poder de Dios.
La clase de poder y fuerza que el mundo ofrece, es débil, no es confiable y puede ser quebrantada con facilidad. Aún así, muchos se esfuerzan detrás de esto, y tristemente, hasta los creyentes.
Todas las cosas que el mundo ofrece (poder, fuerza, seguridad, posición, riquezas, honor) no tienen verdadera sustancia ni calidad. Pueden parecer atractivas, pero son vanidad de vanidades. Son cosas engañosas, como un espejismo en el desierto, y efímeras, como el rocío que aparece por un rato, y después desaparece con el sol.
Ellas están en contraste con las realidades que permanecen, la sustancia que verdaderamente tiene valor, que pueden encontrarse solamente en el reino de Dios. Como nos dice el escritor de Hebreos, lo que se encuentra en el reino de Dios perdura y no puede ser conmovido.
Hebreos 12:27–28
27 Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles.
28 Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
El que es fuerte en realidad, es como un edificio con un fuerte cimiento. Debido a que está fundado en el Señor, y busca refugio en Él, no es conmovido fácilmente.
Necesitamos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Dónde están puestos nuestros corazones? ¿Qué es lo que nos impresiona? ¿Somos atraídos todavía por lo que el mundo tiene para ofrecer? ¿Nos sobrecoge lo que vemos en el mundo? ¿Sentimos envidia por lo que tienen las personas del mundo? ¿Hemos percibido lo que realmente cuenta, y hemos enfocado nuestros corazones en eso?
Veamos el Salmo 112.
Salmo 112:1–2, 6–7
1 Bienaventurado el hombre que teme a Jehová,
Y en sus mandamientos se deleita en gran manera.
2 Su descendencia será poderosa en la tierra;
La generación de los rectos será bendita.
6 Por lo cual no resbalará jamás;
En memoria eterna será el justo.
7 No tendrá temor de malas noticias;
Su corazón está firme, confiado en Jehová.
Muchas personas se ponen nerviosas, preocupadas y temerosas cuando escuchan malas noticias. La palabra traducida como “mala” aquí puede que tenga que ver con lo moral, pero no tiene que ser así necesariamente. Puede transmitir un sentido de calamidad, desastre, un amplio sentido de lo que las personas normalmente describirían como algo “malo” que está pasando, o como “malas noticias”.
El que es verdaderamente fuerte no se quiebra ni se atemoriza con las malas noticias. ¿Por qué? El versículo 7 lo explica: “Su corazón está firme, confiado en Jehová”. Cuando nuestros corazones están firmes, confiando en Él, y tenemos una base adecuada para tener esa postura, entonces no tenemos necesidad de estar temerosos ante cualquier cosa que pueda ocurrir. ¿Quién no se quiebra ante las malas noticias? Es “el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera” (v. 1).
Si caminamos bien con el Señor, si lo amamos, confiamos en Él, conocemos Su camino y andamos en Él, entonces no tenemos necesidad de agitarnos. Podemos alcanzar estabilidad y firmeza. Podemos confiar en Dios totalmente. Podemos atravesar cualquier situación sin estar temerosos o preocupados. El versículo 4 nos dice: “Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos”. Aún cuando atravesemos situaciones que parezcan oscuras, si nosotros vivimos una vida de rectitud, Dios puede hacer que la luz resplandezca en las tinieblas. Dios es misericordioso, compasivo y justo, y si Él es por nosotros y con nosotros, ¿por qué habremos de temer o ser sacudidos en nuestro interior?
El apóstol Pablo testifica en Filipenses 4:13 lo que significa ser verdaderamente fuerte.
Cuando Pablo dice: “lo puedo”, se observa un sentido profundo de fortaleza. La palabra griega traducida como “puedo”, transmite la idea de ‘tener fortaleza; ser capaz’. En los versículos anteriores (11–12), Pablo nos dice que él ha aprendido a contentarse y a vivir satisfecho bajo cualquier tipo de circunstancia. Y continúa en este versículo diciendo que tiene la fortaleza de pasar con conformidad por todas las situaciones a través de Cristo que lo fortalece. Esto incluye tener la confianza para cumplir lo que el Señor desea de él.
Muchas personas tratan de “declarar” este versículo, pero de manera inadecuada. Cuando se ven ante las dificultades, piensan que les irá bien con simplemente afirmar: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Sin embargo, si sus vidas no están consagradas al Señor, no podrán “declarar” como suyas las realidades de este versículo.
¿Cómo puede el testimonio de Pablo en este versículo, ser una realidad en nuestras propias vidas? ¿Cómo podemos testificar asimismo de manera significativa? Al aprender (como Pablo) a caminar con el Señor, permaneciendo en Él y siendo fuerte en Él. Sólo entonces tendremos la fortaleza para pasar satisfactoriamente por cualquier situación y hacer todas las cosas que Él requiera de nosotros. El Dios Todopoderoso nos fortalecerá; Su gracia será suficiente para nosotros. Podremos entonces mantenernos firmes, inconmovibles en la verdad.
La verdadera fortaleza puede manifestarse de diferentes maneras. Puede presentarse de manera obvia o evidente; también puede manifestarse débil, indefensa y hasta lastimera. Veamos la lista de los héroes de la fe en Hebreos 11.
Hebreos 11:32–34
32 ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas;
33 que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,
34 apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.
Hombres de fe “conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”. Todas estas son manifestaciones evidentes de fortaleza verdadera, y son fácilmente reconocidas como tal.
Pero contraste los versículos 35–38. Observe que estos versículos todavía están hablando de personas de fe: personas fuertes, llenas del poder del Señor.
Hebreos 11:35–38
35 Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.
36 Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.
37 Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados;
38 de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.
Estos hombres y mujeres de Dios pueden dar apariencia de debilidad. Fueron torturados; experimentaron vituperios, azotes; fueron encarcelados, apedreados, aserrados, destituidos, afligidos, maltratados; andaban errantes por lo desiertos.
Parecían dar lástima, pero se requiere de una verdadera fortaleza para atravesar todas estas situaciones difíciles en fidelidad al Señor. Y fueron capaces de perseverar, a pesar de todas las penurias y dolores, porque Dios los fortaleció.
La verdadera fortaleza puede expresarse de diferentes maneras en las diferentes fases de la vida de una persona. Por ejemplo, como fugitivo que huía del rey Saúl, David pasó por muchas dificultades y penurias, pero el Señor estuvo con él y le concedió el triunfo. Él fue fuerte en el Señor en aquel momento. En otra etapa de su vida, David fue un rey poderoso sobre un Israel conquistador; aún así fue fiel al Señor, y por lo general fue fuerte en el Señor.
Este fue el caso también de José y de Daniel. El Señor estuvo con José mientras fue esclavo y prisionero. Después, cuando José fue promovido a un alto rango en Egipto, continuó siendo fiel al Señor. En todos estos contextos, José se mantuvo fuerte en el Señor.
Daniel estuvo en una posición privilegiada por muchos años, sirviendo a distintos reyes. Durante el reinado de Darío, como resultado de una conspiración en su contra, Daniel fue lanzado al foso de los leones. Pero, ya fuese en una posición privilegiada o en el foso de los leones, Daniel fue fuerte en el Señor.
Las circunstancias externas pueden variar; podemos pasar por diversos tipos de situaciones, pero estas son secundarias. Lo que vale de verdad es la realidad interior. ¿Somos fuertes en el Señor? ¿Somos fuertes en nuestro ser interior? ¿Somos fieles a Él? ¿Somos capaces de perseverar en el camino de la verdad?
Los fuertes del mundo tienden a explotar a los débiles para obtener lo que quieren. Pero esta no es la enseñanza bíblica sobre los verdaderamente fuertes. Pablo nos dice que el fuerte, en realidad, no se aprovecha del débil, sino que ayuda y soporta las debilidades de los que no tienen fortaleza, en vez de hacer sólo lo que le place.
Romanos 15:1
Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.
Si somos verdaderamente fuertes, no vamos a salirnos con la nuestra, a satisfacer nuestros deseos egoístas, ni a menospreciar los intereses y el bienestar de los demás. Los que son verdaderamente fuertes, son compasivos con los más débiles. En vez de agradarse a sí mismos, el amor mueve sus corazones para edificar a los otros.
En Romanos 15:2, Pablo exhorta: “… cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación”. Debemos agradar a nuestro prójimo para su verdadero bien. La fortaleza real que viene del Señor tiene el objetivo de edificar; no es para hacernos sentir bien porque seamos fuertes. El Señor nos fortalece para que podamos vivir la verdad, para que se cumplan Sus propósitos en y a través de nuestras vidas.
En el próximo mensaje, vamos a considerar cómo nosotros podemos ser fuertes en el Señor en ocasiones específicas, y de manera general.
1. ¿Quiénes son verdaderamente fuertes y quiénes verdaderamente débiles, en los episodios que incluyen a:
(a) ¿El rey Nabucodonosor y los tres amigos de Daniel (Dn. 3:1–30)?
(b) ¿El gobernador Pilato y el Señor Jesús (Juan 18:28–19:16)?
Exponga sus razones.
2. Aquellos que son fuertes a los ojos del mundo, pueden ser zarandeados con facilidad, pero los que son rectos y los que temen y confían en el Señor son firmes. ¿Por qué esto es así?
3. ¿Qué entiende por el testimonio de Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13)? ¿Cómo es posible que Pablo pueda testificar esta realidad? ¿Cómo nosotros podemos testificar de manera significativa, al igual que Pablo?
4. ¿Cuáles son las diferentes formas en que puede expresarse la verdadera fortaleza? Considere los ejemplos de Hebreos 11 y otros pasajes de las Escrituras.
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